Prensa CEB 27.03.2022.- Domingo IV de Cuaresma, llamado Laetare o de la alegría, Mons. Oscar invitó a reconocer el llamado de Dios a la reconciliación, al perdón, pues Él mismo, con su infinito amor, es misericordioso con su hijos y sale al encuentro de quienes se alejaron. Esta actitud pueda reflejarse en la propia realidad, con los hermanos y con el mundo, fundamento de verdadera alegría, expresó el Arzobispo.
Homilía de Mons. Oscar Aparicio
Como hemos anunciado al inicio en este 4.º domingo de Cuaresma, en nuestro camino de preparación hacia la Pascua, se inicia o comienza, por decir así, un gran momento de volver a ratificar aquello que ya hemos de alguna manera vivido y remarca algunos aspectos importantes.
Primero, no olvidemos que es la misma liturgia en el Miércoles de Ceniza que se nos ha llamado a reconocernos frágiles, débiles. Somos aquellos seres del polvo y al polvo retornaremos o somos de aquellos llamados fuertemente, como nos decía el celebrante, imponiéndonos la ceniza, Conviértete y cree en el Evangelio. Y este domingo entonces es otra vez un llamado muy fuerte a convertirnos, a reconocer que somos pecadores, frágiles, que hemos equivocado el camino y que queremos retornar a los caminos, a los planes de Dios; a reconocer a Dios como Padre.
Es un domingo de la alegría, el Laetare. ¿Cuál es la base o los fundamentos de la verdadera y auténtica alegría? Primero está justamente este hecho: Si estamos en los planes de Dios, en los caminos de Dios, si reconocemos a Dios como Padre y lo conocemos como el Dios que ama y perdona porque te ama a ti y a mí profundamente, este es un fundamento enorme del gozo y de la alegría. Es una alegría que perdura, saberse amado, perdonado, aceptado.
Un segundo motivo de nuestra alegría que hoy lo dice la Palabra, después veremos en más detalle, es el hecho de que podemos reconciliarnos abuenarnos y que podemos entrar en buenas y sanas bellas relaciones. Podemos perdonarnos, por ejemplo, entre nosotros, reconciliarnos con nuestra propia historia, nuestra vida. Aceptar lo que se nos ha dado. Por eso decía al inicio: la reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con los hombres y con el mundo es un motivo fundamental de alegría. Ustedes vean las experiencias que hayan podido tener en su vida, cuando uno tiene la capacidad de perdonar. Cuando uno tiene la capacidad de reconciliarse con su propia historia, con su propia vida, la capacidad que uno tiene de hacer el bien en este mundo y considerar este mundo como un don que nos ha dado Dios y lo cuidamos, produce alegría. La felicidad proviene de la fe, de la fidelidad. Reconciliarse, estar reconciliados, encontramos paz, gozo y alegría.
Por eso creo que el Evangelio en la parábola del hijo pródigo, también llamada la parábola del Padre Misericordioso, nos da hermosas y grandes pautas. Yo los invitaría que hagamos un poquito de esfuerzo a centrarnos en ésta, en esta parábola y centrarnos en los personajes que aparecen, para justamente llegar a la conclusión de que este llamado fuerte a la conversión es un llamado también a reconciliarse. Veamos, pues, por tanto, a ver si nos vamos identificando en esta situación concreta.
Sabemos que la parábola es sacarlos de los hechos o la vida de la realidad y los aplica al Reino de Dios. Por eso Jesús toma este ejemplo: un padre, un padre y dos hijos. Primero pensemos en el hijo menor. Pide y exige a su padre que le dé su herencia, lo que no es común y menos común todavía que el padre acceda. Sin embargo, eso se produce, tiene su herencia y se va de la casa del padre. Hacer aventura. ¿Cuál es el peor de los errores de este hijo o qué es lo que está incubando este hijo equivocadamente? Primero, considera que este su padre no es su padre. Lo trata como un patrón y se convence a sí mismo equivocadamente, que fuera de la casa del Padre, fuera del amor del Padre, fuera del Padre mismo, puede encontrar la felicidad y el sentido a su vida. El gran equívoco, por eso llega a tales situaciones extremas, graves, al punto de ser consciente de que el alejamiento de la casa le ha traído solo desgracias, de desconocer o no conocer a su padre como tal, le ha traído un ser infeliz, eterno. Por eso dirá: Retornaré a la casa de mi padre y le diré, Padre, ¿Qué distinto no? No le exige ya la herencia el dice padre, papá lo reconoce no como patrón, sino como padre. He pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a tus jornaleros. Permíteme volver a tu amor. Permíteme volver a la casa. Me he equivocado. Fuera de tu casa y de tu amor. No soy feliz.
El hijo mayor. El hijo mayor parece ser un hijo bastante fiel, no es cierto. Es alguien que siempre ha estado en las labores de la casa. Pero también este hijo tiene un gran equívoco. No considera a su papá como tal, sino también como patrón. Siempre te he servido, siempre te he servido. Yo siempre he estado aquí trabajando. Rompiéndome el lomo. ¿Para qué? Para luego tener en derecho aquello que me corresponde. Y a su hermano no lo considera hermano porque qué dice de él: Ese hijo tuyo, ese hijo tuyo que ha malgastado todo tu dinero en mujeres, ahora resulta que es festejado. El gran equívoco del hijo mayor es el que no acepta que aquel sea su padre y aquél sea su hermano. Es aquel que no acepta el amor de Dios y el perdón de Dios porque se cree justo. Es aquel que cree que el hermano no le hace falta. Es tan egoísta que cree que el amor del hermano no es suficiente o no es el sentido profundo de la vida. Por eso los dos llamados a la conversión. Creo que aquí vale la pena poner la pregunta. ¿Eres tú ese hermano menor? ¿Soy yo ese hermano mayor? ¿Eres tú es hermano mayor? Soy yo ese hijo menor? O tal vez seamos los dos. Por eso somos necesitados de conversión, de retornar a la casa del Padre, de aceptar el amor y la reconciliación de Dios. Lo que decíamos antes. Reconciliarnos con Dios, con nosotros mismos, con la humanidad y con el mundo.
Veamos la actitud del Padre. Primero, el Padre tiene todo el derecho legítimo de no darle herencia a su hijo menor, sin embargo, lo hace. Sabe que se va a ir de casa y lo deja. Sin embargo, guarda en el corazón que, aunque se está equivocando, sabe que un día reconocerá y retornará. No le exige que la relación con él sea justamente de padre a hijo. Espera pacientemente cuando el hijo retorna, ¿Cuál es la actitud del padre? Estaba esperando, lo divisa a lo lejos. Significa que este padre está ansioso en saber que su hijo retornará. Cuando retorna, lo ve, corre, que es poco usual, corre, va y lo abraza, lo besa. Para nosotros, latinos, es normal esto, cierto, menos en pandemia, claro. Estamos limitados. Sin embargo, en los pueblos, es inusual que un padre se rebaje a tal punto, que tenga que correr. Normalmente las relaciones son más severas que tenga que abrazar y mostrar y demostrar su amor tan efusivamente, era extraño, desproporcionado. Este padre no le importa, simplemente expresa su amor y su profunda alegría cuando el hijo retorna y lo hace de esa manera. Le devuelve la dignidad de hombre libre, porque lo calza. El que no tenía zapatos o el que no estaba con calzados era esclavo sólo es el hijo con dignidad y libertad que está calzado le pone el vestido de fiesta, le pone el anillo, mata el ternero más gordo para ser fiesta. Alegrémonos, vean la alegría del padre, porque este hijo estaba perdido y ha vuelto a la vida. Hay más alegría de un pecador que se convierte a que otros que no necesitan conversión.
Cuando el hijo mayor no quiere entrar a la fiesta, no quiere participar. ¿Qué hace el papá? Va, sale y le ruega, ¡Hijo mío! No la llama. Oye, tú, ni siquiera por el nombre le dice Hijo mío, tú eres mi hijo, tan amado como el hermano menor. Tú eres mi hijo y todo lo mío es tuyo. Considérame tu padre, no tu patrón. Hijo mío, entra la fiesta. Este tu hermano, tu hermano estaba perdido y ha sido encontrado. Estaba muerto y ha vuelto a la vida. Cómo lo vamos a alegrar, cómo lo vas a participar de la fiesta.
Queridos hermanos, queridas hermanas, espero que esta palabra nos ayude muchísimo en nuestro camino de Cuaresma, nos ayude a identificar nuestros equívocos, nos ayude a retornar a la Casa del Padre, aceptar la reconciliación y el amor y el perdón que Él nos da, nos capacite a reconocer a nuestros hermanos como tales. Somos hijos e hijas de un único padre y somos hijos. Nos capacite y nos dé sentido profundo, sabiendo que el amor del Padre nos da inmenso gozo y la alegría y el amor de los hermanos. Y trabajemos para reconciliarnos con nosotros mismos. Cuántas intranquilidades y cuántas tragedias, porque no aceptamos nuestra vida, porque no aceptamos nuestras relaciones, porque no aceptamos como nos viene la historia. Que nos capacita a reconciliarnos también con el mundo y encontremos la paz.
Amén
Fuente: https://www.iglesiacbba.org/