Mons. Robert Flock: Quienes dicen “Iglesia y Estado, asunto separado”, están equivocados
Prensa CEB 10.04.2023.- Mons. Robert Flock, obispo de la Diócesis de San Ignacio de Velasco señaló que quienes dicen que la Iglesia y el Estado son asunto separado, se equivocan porque los gobernantes son servidores y no dioses, por lo que ve necesario “evangelizar a los gobernantes y convertirlos en auténticos discípulos de Jesús”.
En su homilía de este domingo 9 de abril, Domingo de la Resurrección, el obispo de la Diócesis de San Ignacio de Velasco, dijo que “a pesar de los esfuerzos de la Iglesia, con las mejores obras de educación y salud, hemos fracasado, en cuanto a la evangelización de quienes ejercen el poder sobre el pueblo”, haciendo una relación con el Cesar, dijo que “ambas dictaduras torturan a sus opositores como Jesús fue torturado por Poncio Pilato, y ambas dictaduras atacan a la Iglesia y sus pastores. En vez de aceptar a Jesucristo como la Luz del Mundo según el anuncio de los testigos elegidos por Dios, tratan de tergiversar la figura de Jesús para avalar sus atrocidades”.
Asimismo, el obispo señaló no sentirse sorprendido “porque quienes aspiran al poder suelen hacerlo por ambición personal e intereses sectoriales y no siempre desde un deseo de servir como enseñó Jesús con el lavado de los pies en la Última Cena”.
La autoridad eclesial recalcó que la resurrección de Jesús significa también que “la muerte no tiene la palabra final, como tampoco las violencias y mentiras de Satanás”.
HOMILÍA MONSEÑOR ROBERT FLOCK, OBISPO DE LA DIÓCESIS DE SAN IGNACIO DE VELASCO
Domingo de Pascua — 9 de abril de 2023
¡A Él, la alabanza, el honor, la gloria y el poder!
Queridos hermanos, ¡Felices Pascuas de Resurrección!
• La resurrección de Jesucristo significa que Jesús es realmente el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación. Al resucitarlo, Dios avala a su Hijo Amado ante la humanidad, y ratifica todo lo que enseñaba y hacía. Quienes descalificaron a Jesús, crucificándolo, quedan ellos mismos descalificados y juzgados.
• Su resurrección, por consiguiente, significa lo que Jesús dijo antes de su Ascensión al Cielo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). En otras palabras, Jesús es Señor, es el Rey del Universo como celebramos el último domingo del año litúrgico, y es el Juez de Vivos y Muertos como dijo Pedro en la segunda lectura esta mañana. Debe ser reconocido como tal por toda la humanidad.
• Es su derecho pedir que toda persona sea su discípulo, por lo que nos manda anunciar su resurrección y su señorío al mundo entero. Es lo que dice San Pedro en nuestra segunda lectura: «Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de ante mano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con Él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo». De manera similar el día de su Ascensión al Cielo, dijo: «Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19).
• La resurrección da validez y sentido al reclamo de Jesús: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12). Es una luz que debe guiar toda actividad e institución humana, sea personal, de la familia, o de una nación. No lo hace por medio de una teocracia en manos de clérigos, sino desde la conciencia cristiana de los creyentes. Dios respeta y pide que respetemos la libertad religiosa, porque no se puede imponer la fe, aunque de ella dependa la salvación. No se puede obligar el amor, aunque es el mandamiento mayor. No se puede exigir la esperanza, aunque transforme el mundo. Pero tampoco se puede obligar a los creyentes a guardar silencio, sobre nuestra esperanza y fe, y la luz que ofrece Cristo para el mundo.
• Quienes dicen: “Iglesia y Estado, asunto separado”, están equivocados. Al citar “Dar al Cesar lo de Cesar y a Dios lo de Dios” (Mt 22,21) para esta postura están más equivocados aún. Porque este dicho de Jesús significa que Cesar tiene que abandonar su pretensión de ser una autoridad absoluta, y aceptar lo que enseña Jesús: que los gobernantes sean servidores y no dioses. Como proclama la Carta a los Filipenses: «Dios lo exaltó [a Jesús] y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor». Esto incluye la rodilla y la lengua del César, por lo que es necesario evangelizar a los gobernantes y convertirlos en auténticos discípulos de Jesús.
• Cuando miro la historia de América Latina, que ha pasado de dictaduras militares a las dictaduras de hoy, veo que, a pesar de los esfuerzos de la Iglesia, con las mejores obras de educación y salud, hemos fracasado, en cuanto a la evangelización de quienes ejercen el poder sobre el pueblo. Porque ambas dictaduras torturan a sus opositores como Jesús fue torturado por Poncio Pilato, y ambas dictaduras atacan a la Iglesia y sus pastores. En vez de aceptar a Jesucristo como la Luz del Mundo según el anuncio de los testigos elegidos por Dios, tratan de tergiversar la figura de Jesús para avalar sus atrocidades. Esto no sorprende, porque quienes aspiran al poder, suelen hacerlo por ambición personal e intereses sectoriales y no siempre desde un deseo de servir como enseñó Jesús con el lavado de los pies en la Última Cena.
• Además del Señorío de Jesús, luz del mundo, juez de vivos y muertos, la resurrección de Jesús significa también que la muerte no tiene la palabra final, como tampoco las violencias y mentiras de Satanás. Cómo Satanás es el acusador que quiere condenarnos todos a su infierno como castigo justo por nuestros pecados, Jesús le quita su argumento, perdonando a quienes creemos en Él. Jesús es «la Resurrección y la Vida». Nos explica: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»
• La cruz de Cristo revela los extremos de la maldad humana y el pecado del mundo que rechaza a su Dios. También manifiesta el extremo del amor misericordioso y el perdón que Dios nos ofrece. En cambio, la Resurrección revela el poder de Dios y el Señorío de Cristo Jesús sobre toda la humanidad y para todos los tiempos.
• A Él, la alabanza, el honor, la gloria y el poder —es decir, nuestra obediencia—, por los siglos de los siglos. Amén. (Ver Ap. 5,13).