Cientos de personas participaron del Viacrucis viviente en Potosí
Prensa CEB 11.04.2023.- Este año 2023, 1450 personas participaron en el Viacrucis viviente del Colegio Franciscano en Potosí, entre estudiantes, padres de familia, docentes, adminsitrativos, ex alumnos y bandas.
Desde el miércoles de ceniza, donde toda la comunidad recibe la ceniza, se inicia la preparación del Viacrucis viviente. Todos los viernes de Cuaresma se celebra y participa del Viacrucis en el templo de San Francisco. Se realizan convivencia y retiros, para que los jóvenes y niños conozcan a Dios, lo reconozcan, sea parte de sus vidas y puedan amarlo. La promoción es la encargada de realizar y recordar la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, ellos se preparan toda la cuaresma. Luego de participar en el Viacrucis, el domingo de Pascua festejamos el triunfo de Dios sobre el mal, la muerte en una eucaristía solemne y posterior convivencia de la promoción y todo el personal del Colegio.
VIACRUCIS VIVIENTE
REGLA BULADA
La regla definitiva y en vigor fue escrita por Francisco en la ermita de Fonte Colombo, con la ayuda del cardenal Hugolino de Anagni, dándole una forma jurídica. Este documento fue aprobado por el papa Honorio III, mediante bula Solet annuere del 29 de noviembre de 1223
La Regla de san Francisco, también conocida como Segunda regla de san Francisco, Regla franciscana o Regla bulada, es el documento legislativo definitivo redactado por el religioso católico italiano Francisco de Asís, con el fin de regular la vida cotidiana de la naciente Orden de los Hermanos Menores, fundada por él.
En este 2023 se recuerdan los 800 años de la Regla Bulada escrita por San Francisco para sus hermanos y de la Navidad de Greccio, el Primer Belén de la historia que San Francisco ideó, como narra Tomás de Celano, primer biógrafo del Santo de Asís, en su Primera Leyenda. Tomas recuerda como, en el “pueblo de Greccio”, Francisco quiere hacer ver a los ojos de los contemporáneos la precariedad con la que la Familia de Nazaret tuvo de afrontar el nacimiento del Niño Jesús.
EL ESPÍRITU DE LA REGLA BULADA
Libres para Dios, como Francisco. No se trata de vivir la regla como una imposición sino como opción de respuesta libre al llamado de Dios. Se garantiza el respeto a la conciencia de cada hermano. Se trata de una vida de fe, abierta en cada situación a la operación del Espíritu del Señor donde la ley no es un obstáculo ni una limitación, sino, la garantía de observar lo que objetivamente nos pide el Evangelio.
La pobreza y la minoridad permiten y enseñan a los hermanos a vivir abiertos a relaciones siempre nuevas por la conciencia de fraternidad universal, don y tarea que conforma la identidad evangélica del hermano menor.
La regla sirve como garantía para una vida mínimamente cristiana-franciscana. No transmite solamente un contenido informativo sino performativo, pues es la forma de vida que nos permite y facilita la conformación con nuestro modelo y meta, Cristo, el Señor.
Nace de un proceso comunicativo de unos catorce años. Esta “regla en camino” era continuamente retomada, releída, reformulada, corregida, precisada y enriquecida. Nuevas situaciones y necesidades creaban nuevos desafíos y exigían nuevas respuestas.
Toda norma necesita estabilidad, sobre todo si se trata de los fundamentos de la forma de vida. La Regla es la que es y su texto es intocable incluso para el mismo –Francisco, la bula cerraba todas las posibles rendijas por las que introducir esa breve nota admonitoria sobre quién es el verdadero general de la Orden, el Espíritu Santo (cfr. 2C 193).
La Regla Bulada es, ciertamente, un documento de carácter jurídico que contiene prescripciones jurídicas con limitaciones precisas, incluso para Francisco. Este importante nivel de lectura y análisis quizá ha ocupado en otros tiempos de tal forma el primer plano que se dejó demasiado en segundo plano que la Regla es fundamentalmente un documento espiritual. al redactar la Regla tiene en mente a los hermanos concretos y la vida concreta de esos hermanos, e intenta infundirles el hálito vital, el soplo del Espíritu Santo.
COLORES LITURGICOS
En el siglo XII, la Iglesia latina de Jerusalén erigida por los cruzados, utilizaba el color negro para Cuaresma, Purificación y Adviento; el color rojo para Pentecostés, Fiesta de la Santa Cruz y San Esteban; el color blanco para la Pascua; el color azul para la Ascensión; los colores rojo, amarillo y blanco para la Navidad; y los colores azul y amarillo para Epifanía.
Según la Ordenación General del Misal Romano (número 345), la variedad de los colores en la liturgia católica, tiene dos finalidades:
Ayudar a sintonizar mejor con los misterios que se celebran: la diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como fin expresar con más eficacia, aun exteriormente, las características de los misterios de la fe que se celebran.
Generar un efecto pedagógico gradual referido a la variedad y la dinámica de un año cristiano: expresa también el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico.
Blanco: este color simboliza la pureza, el gozo y la alegría. También es símbolo de gloria. Se usa en tiempos de júbilo, durante la Vigilia pascual, el Tiempo de Pascua y el de Navidad. Se emplea en las fiestas y solemnidades del Señor Jesucristo no relacionadas con la Pasión (Sagrado Corazón de Jesús, Ascensión, Cristo Rey), en las celebraciones vinculadas con la institución o culto de la Eucaristía (Misa de la Cena del Señor, Corpus Christi), en las fiestas y solemnidades en que se celebra a la Virgen María, a santos que no murieron mártires (por ejemplo, San José, San Juan, apóstol y evangelista), a santos ángeles y arcángeles, y la Natividad de San Juan Bautista. También en la solemnidad de Todos los Santos, en las fiestas de san Juan Evangelista, de la Cátedra de san Pedro y de la Conversión de san Pablo. También se utiliza en la celebración del bautismo y el matrimonio.
Rojo: es color de fuego y de sangre. En el cristianismo, es el color del Espíritu Santo, y recuerda la sangre vertida por y para Cristo. Se refiere a la virtud del amor de Dios. Es usado principalmente en las solemnidades de la Pasión del Señor como el Domingo de Ramos y el Viernes Santo. También en solemnidades del Espíritu Santo como el Domingo de Pentecostés y en las celebraciones de santos mártires, apóstoles y evangelistas. También en la administración del sacramento de la Confirmación y en las liturgias dedicadas a los instrumentos de la Pasión, como es el caso de la Exaltación de la Santa Cruz. En la Santa Sede se usa para las exequias de los cardenales o del sumo pontífice.
Morado: este color simboliza la preparación espiritual y la penitencia. Se usa en Adviento y en Cuaresma, tiempos de preparación para la Navidad y la Pascua respectivamente. También se usa en la administración del sacramento de la penitencia y en general en todo tipo de actos penitenciales. Desde la reforma litúrgica se dispone su uso para los sufragios por los difuntos. Según el calendario litúrgico tradicional también se usa en las temporadas de petición. El color morado se usa el lunes, martes y miércoles Santo por estar estos días contenidos en el tiempo de Cuaresma.
Verde: desde antiguo se considera que este color simboliza la virtud de la esperanza, y con ella significa también la vida y el crecimiento natural vegetativo. Por eso es usado durante todo el Tiempo Ordinario, después de Navidad hasta la Cuaresma, y después del Tiempo de Pascua hasta el Adviento, tanto en los domingos como en aquellos días que no exigen otro color.
CAPIROTE
El hábito penitencial es el atuendo con el que los estudiantes del Colegio Particular Franciscano van vestidos para participar en la Vía Crucis Viviente, quedando reglamentados los elementos que lo conforman:
El hábito será blanco con capirote del color de un Tiempo Litúrgico. El cordón-ceñidor, que colgará por el lado izquierdo. Los calzados negros y guantes blancos.
El hábito, es la vestimenta por excelencia del Estudiante Franciscano, poseyendo por ello unos valores que son irrenunciables ya que, por una parte, manifiesta el Carisma al referir a los orígenes, a la particular espiritualidad con la que se vive la fe y a la misma misión que se tiene encomendada. Con él nos identificamos como miembros integrantes de la Comunidad Franciscana, igualándonos sin hacer distinciones por ningún tipo de condición ya sea económica o social, de edad, género y ni siquiera de antigüedad. Hace tangible el proyecto común en el que nos hemos embarcado y exterioriza la unión fraterna y de minoridad que nos debe caracterizar.
Llevar un hábito en nuestros días no deja ser algo inusual y puede llegar a despertar cierto sentimiento de contrariedad. Y es que su percepción visual en cualquiera de las calles de nuestra ciudad por las que procesionamos “representa la transmutación más radical de valores que se puede anunciar, porque es la negación de la variedad” (García Torralbo, 2009). Es decir, el hábito también proclama su uniformidad diferenciadora: iguales entre quienes pertenecemos a la Fraternidad y participamos en sus actos penitenciales, pero distintos entre la variedad del mundo.
Pero, ante todo, el hábito es un símbolo de transformación, de conversión a Cristo, de intentar asemejarnos a Él de alguna manera: «Revestíos de Cristo», nos dice San Pablo (Rom 18, 14). Es entonces, cuando el hábito se convierte en símbolo de nuestra vida que nos acompaña desde que somos acogidos en el seno del Colegio Franciscano, rememorando la vestición bautismal, hasta, incluso, nuestra muerte usándolo como mortaja. En definitiva, es el distintivo de lo que somos y lo que creemos, lo que pensamos y lo que defendemos.
La presencia del Capirote es disciplinante en la procesión, llamado de Penitencia, así varones como mujeres, quienes el miércoles Santo de la semana mayor, procesionan disciplinándose, estando verdaderamente arrepentidos y confesados, o que tengan el propósito de confesarse, se les concedan todas las indulgencias plenarias y las otras que están concedidas a quienes el Viernes Santo devotamente visitaren los templos de la ciudad designadas en las indulgencias y la remisión de los pecados.
TRADICIÓN
Arzáns Orsúa y Vela describe la semana santa del año 1708, señalando: “El Jueves Santo sale de San Francisco una devota y dilatadísima procesión, porque de 15 parroquias viene de cada una el Santo Cristo, la santísima Virgen de la Soledad y San Juan, cada imagen con sus luces, de suerte que con las que salen de San Francisco, también de indios, alumbran ordinariamente más de 2.000 cirios de a dos libras cada uno. Síguense hasta 400 españoles vestidos unos a lo cortesano de golilla, y los otros de tafetán doble y fondo negro, sin capas, alumbrando a la sábana santa y estandarte del Santo Cristo de la Veracruz… luego se siguen las dos sagradas comunidades de Santo Domingo y San Francisco con 80 velas de a libra, y detrás los dos beaterios de estas dos religiones con otros 60 alumbrando a San Juan.
Según el historiador Wálter Zavala Ayllón, fue a partir del año 1680 cuando se presentó por vez primera en Potosí un “Vía Crucis” organizado y protagonizado por conventuales de San Antonio de Padua y cuatro novicias del monasterio de Las Recogidas que personificaban a María la madre de Jesús, María Magdalena, María Salomé y Verónica, la mujer que limpió el rostro de Jesús camino al Calvario.
En el año de 1984 el Hno. Juan Ignacio, tuvo la iniciativa de realizar la Vía Crucis Viviente con jóvenes componente de la Juventud Franciscana (JUFRA)
El año 2001 el Colegio Particular Franciscano asume la realización de la Vía Crucis Viviente.
Fuente: Vladimir Equice