Mons. Pesoa: “En nuestros días sigue resonando la sentencia de ¡crucifícalo! cuando se dicen las verdades a medias”
Prensa CEB 2.04.2023. El obispo del Vicariato Apostólico de Beni y presidente de la Conferencia Episcopal Boliviana, Mons. Aurelio Pesoa, en la celebración de la eucaristía de este Domingo de Ramos, desde la Catedral en Trinidad, donde decenas de fieles se dieron cita en el inicio de la Semana Santa, dijo que en estos días sigue resonando la sentencia de ¡crucifícalo! cuando: “se dicen las verdades a medias, se descalifica al otro porque no piensa como yo; cuando se aprovecha del bien común para el propio beneficio; cuando vemos que la justicia no es bien administrada; cuando como fruto de la irresponsabilidad la solución es la muerte del inocente, y cuando se ve a profesores que en estos días están en las calles en defensa de una educación de verdaderos valores y reclamando sus derechos, pero no son escuchados”.
El obispo dijo que seguimos condenando a muerte en cruz al Hijo de Dios, cuando con nuestras actitudes y comportamientos no testimoniamos lo que decimos creer y esperar, refiriéndose también a los conflictos sociales del país.
En este marco exhortó a la población a vivir Semana Santa, en un espíritu de recogimiento y devoción, y que este tiempo sea para meditar, reflexionar sobre nuestra fe, testimonio y compromiso cristiano y católico.
A continuación la homilìa completa:
Domingo de Ramos
Mt. 26, 3-5. 14, 27-66
02 de abril de 2023 (A)
“Por nosotros murió y Resucitó”
“Mientras avanzaba, extendían sus mantos por el camino…” Así narra el pasaje del evangelio de san Mateo recordando la entrada de Jesús en Jerusalén. La muchedumbre comenzó a alabar a Dios a gran voz, por todos los prodigios que habían visto hacer a Jesús, diciendo: “Bendito el que viene en nombre del Señor…”.
Pocos días después ese “rey” será condenado a morir en una cruz sobre la cual está escrito Jesús Nazareno, Rey de los Judíos. La multitud que lo aclamaba y que había sido testigos de los milagros de Jesús, gritará la tremenda sentencia “¡crucifícalo!”. Un grito repetido con fuerza, grito que no admite réplica, ni siquiera cuando el gobernador Pilato dice no encontrar en él ningún motivo de condena.
Un grito que no acalló ni siquiera cuando, después de haber castigado a Jesús con la flagelación, lo presento a la multitud con la esperanza de liberarlo; aquella multitud de hombres y mujeres, ya metidos en la espiral de la violencia, volvió a gritar: “¡Crucifícalo!”.
El ser humano tiene muy dentro una tendencia al pecado. El pecado no es simplemente la transgresión de una ley de Dios, sino más grave todavía, la tendencia a una vida sin Dios, independiente de Dios, una vida de acuerdo a sus criterios y planes, una vida de acuerdo a los propios pensamientos y gustos. Seguimos condenando a muerte en cruz al Hijo de Dios cuando con nuestras actitudes y comportamientos no testimoniamos lo que decimos creer y esperar.
En nuestros días sigue resonando la sentencia de ¡crucifícalo! cuando: se dicen las verdades a medias; cuando se descalifica al otro porque no piensa como yo; cuando se aprovecha del bien común para el propio beneficio; cuando vemos que la justicia no es bien administrada; cuando como fruto de la irresponsabilidad la solución es la muerte del inocente.
Una vez más escuchamos el grito de ¡Crucifícalo! cuando a pesar de las leyes vemos a la mujer, en nuestro país, maltratada, ultrajada y asesinada. Los niños y jóvenes a quienes se les pretende destruir y robarles la vida. O en aquellos profesores que en estos días están en las calles en defensa de una educación de verdaderos valores y reclamando sus derechos, pero no son escuchados. Ahí está una vez más el Hijo de Dios que carga la cruz y sube al calvario para morir por nosotros.
La Iglesia en su historia ha predicado y predica la Palabra de Dios, la predicación surge desde la lectura, la meditación y la reflexión de la Palabra de Dios, esa Palabra que no admite retaceo ni medias tintas. Palabra que compromete y es exigente, palabra que incomoda porque confronta la vida en el amor a Dios y al prójimo.
Nuestra respuesta al amor del Padre, al amor Redentor de Cristo debe ser el esfuerzo por vivir en obediencia a la ley de Dios y a ejemplo de su Hijo Jesús. Nuestra respuesta al amor que perdona debe ser una vida animada por el amor al prójimo; una existencia que se esfuerza en amar, perdonar y socorrer. Está en una existencia que, escuchando el trágico silencio de Cristo muerto en la cruz, se compromete a no crucificar a nadie más, en un mundo que todavía está marcado por miles y miles de cruces.
Hermanos vivamos esta Semana Santa, que hoy comienza, con intensidad y que sea un tiempo para meditar, reflexionar sobre nuestra fe, sobre nuestro testimonio y compromiso cristiano y católico. los invito a vivirla con espíritu de recogimiento y devoción. Y a aquellos que no creen a guardar respeto a la fe de los otros. Así sea