El equipo “Colchonero” en el Altiplano
Prensa CEB 14.09.2023.- En el altiplano boliviano, bordeando los 4.000 metros de altura, se encuentra la Escuela de Fútbol del Atlético San Vicente, creado por el sacerdote Diego Plá, quien ha dedicado su vida a los niños y jóvenes de su comunidad a través del deporte y la fe.
El padre Diego, es el segundo de cuatro hermanos —Miguel Ángel, Sebastián y Fátima—, nació en Córdoba, España, el 11 de noviembre de 1969. Siempre estuvo cerca de la Iglesia, aunque tuvo que esperar a cumplir la edad permitida para ser ordenado sacerdote el 1 de julio de 1995.
En julio de 2001, el P. Diego acompañó a un grupo de misioneros jóvenes que pertenecían al movimiento juvenil: “Juventudes Marianas Vicentinas” en una experiencia de 2 meses en Bolivia, en el municipio de Sacaba, Cochabamba. Ahí trabajó con niños de la calle en el programa “Amanecer” y con los niños de Infectología del Hospital Viedma; “me encontré un Dios sufriente”, recuerda aún conmovido. Cuando regresó a España, Diego sentía que “el cuerpo estaba en España, pero el corazón lo había dejado aquí”, y se ofreció como voluntario en las misiones internacionales, de tal manera que en septiembre de 2004 regresó a Bolivia como párroco de la Parroquia “San Pedro” de Mocomoco.
Pero la historia comienza mucho antes, en Carabanchel, Madrid, donde un joven Diego encontró su amor por el balón desde temprana edad. En la Iglesia, en lugar de entrar a la misa, pateaba la pelota contra la puerta como si fuera un arco, fue ahí que el Padre Federico García lo vio y le ofreció una oportunidad de ser monaguillo, y así comenzó “mi conexión entre el balón y Dios”, cuenta con una amplia sonrisa, sentado detrás de su escritorio, atiborrado de papeles que se acumulan al igual que sus labores cotidianas, pues el padre Diego tiene que enfrentarse a entramados administrativos muy alejados de las canchas, ya que actualmente Secretario General Adjunto de la Conferencia Episcopal Boliviana.
El P. Diego era arquero en la escuela infantil del Atlético de Madrid, “pero me decían que era muy bajito, entonces me sacaron de jugador”, cuenta siempre sonriente, volviendo a ese momento de su niñez, mientras recuerda el retrato de su vestimenta de monaguillo, con los cachos y el balón en los pies. Pero al cumplir los 16 años sintió que Dios lo llamaba a servirlo, y, para afianzar su decisión, el seminario contaba con dos requisitos indispensables: misiones y, obviamente, una cancha de fútbol.
Es precisamente que su destino de misión le deparó llegar a los 4000 metros de altura en los que se sitúa Mocomoco, un poblado del altiplano paceño –provincia Camacho–, donde pudo juntar su servicio a la comunidad y su pasión por el balompié, aprovechando la escuelita de fútbol que había dejado un sacerdote (P. Francis Pavlic, fallecido el 2005). Pero claro, el P. Diego le puso la impronta del Atlético de Madrid: “Uno es hincha a morir del Atlético de Madrid… por ejemplo: En la clase éramos 30 niños, 29 eran del Real Madrid y los del Atlético éramos uno”. Para el P. Diego, esta diferencia implicó un aprendizaje de lucha, sacrificio, esfuerzo y comenzó a trabajar estos valores con los niños del campo.
Todo el entusiasmo de hincha del Atlético contrasta con el recuerdo nostálgico que tiene de sus primeros días en Mocomoco, donde vio a los niños recorrer una caminata de cuatro horas para llegar a la escuela. El P. Diego vio la pobreza y desnutrición con la que llegaban los niños y, movido por las enseñanzas y valores cristianos, inició una obra social para dotarles de alimento, apoyo escolar, catequesis y la escuela de futbol “Atlético San Vicente” para transmitir valores.
Sin la posibilidad económica de sostener su obra, el P. Diego pidió apoyo a unos amigos en España, y juntando “un poco de aquí y otro poco de allá”, se pudo sostener y “de repente yo tenía eso de 150 niños y jóvenes. Entonces me di cuenta y dije, esto hay que administrarlo, no solo para jugar al fútbol, sino para transmitir valores a los niños que venían caminando cuatro horas, ¡imagínate!”. Y es así que nació la Asociación “Nayrar Sarapxañani” que en español significa “Vamos Adelante”, actualmente conformada por el P. Diego como presidente, Flora Silva Castillo, directora, y algunos laicos.
Un día llegó una televisora de España para conocer la obra social, y en el equipo periodístico se encontraba Santiago Riesco, periodista e hincha del Atlético. El canal español quedó sorprendido por la labor que realizaba con los niños y jóvenes, y pusieron su atención en la escuela de fútbol, una escuelita pobre, con cuatro categorías, sub-12 de niños y niñas, y sub-18 de niños y niñas. Lo más sorprendente para Santiago –“Santi”, como le dice el P. Diego–, era que el proyecto funcionaba con la providencia, ya que contaba con ningún ingreso fijo, era un grupo de amigos del P. Diego que lo ayudaba a cumplir sus sueños.
Poco después, Santiago fue invitado a ser parte de “Los 50”, un grupo de empresarios, periodistas y personalidades significativas de la sociedad madrileña, hinchas del Club Atlético de Madrid, quienes tienen como principal objetivo mantener los valores del Atlético, también conocido como el cuadro “Colchonero”, debido a su cambió de colores en 1911, cuando decidieron llevar el rojiblanco que los identifica, al igual que a los colchones de lana de la primera década del siglo XX.
Cada año, “Los 50” destina unos 3.000 euros para apoyo a obras sociales, y Santiago propuso la escuela de fútbol del Atlético San Vicente, que había trasladado la mística del “Atleti” a 9.000 kilómetros de España. El P. Diego fue invitado a una reunión en Madrid, donde se encontraban jugadores de fútbol, directivos, gente famosa, premios de radio, televisión, literatura, periodistas y otros. “Yo de repente allí me sentía hasta pequeñillo, dije hola y empecé a presentar el proyecto… y les encantó. Entonces me dijeron: ‘nosotros te apoyamos’”, cuenta con una cara sonrojada, como si hubiera vuelto a ese momento en que proyectó el sueño de la escuela equipada y jugadores vestidos con los colores del Atlético. “Hay que echarla a andar otra vez”, dice entusiasmado.
Ya no solo es una escuela, ahora son dos, y se conformará una selección con los mejores jugadores de ambas, para incentivar el compromiso de los niños y jóvenes. La primera escuela es la de San José de Pacobamba de Mocomoco, con 107 niños, niñas y jóvenes, que van de primaria hasta secundaria, y la otra escuela, en Ingas –también en la provincia Camacho– con 91 niños y jóvenes, por el momento, ya que es un ingreso voluntario y las inscripciones están abiertas. “Es un distrito originario campesino donde se habla castellano, aymara y quechua, son trilingües, pero también pobres”, comparte el P. Diego, rememorando la inauguración de estas escuelas, que se celebró a finales del mes de agosto de este año, 2023.
Con el apoyo de “Los 50”, el P. Diego equipó los uniformes para cada uno de los niños, niñas y jóvenes, que incluye la polera, el corto, los balones, el botiquín, los ponchillos y todo el equipamiento. Las unidades educativas del lugar ponen su contraparte con los profesores de educación física, quienes también son producto de los procesos de formación de la Escuela de fútbol de Mocomoco.
“Voy a sacar una selección de la escuela de fútbol del altiplano, voy a fundirlos en un solo equipo de 24 jugadores y los voy a traer aquí a jugar contra el Tigre, el Bolívar y así”, proyecta su sueño el padre, entusiasmado con el plan, y baja la voz como quien cuenta un secreto y me dice: “Mi idea sería esa, primero formarlos y que se diviertan. El primer objetivo es ese, van a jugar, van a disfrutar y allí se les va a educar en valores”, y continua acercándose un poco más a la grabadora para contar sus planes: “Un segundo objetivo, yo digo, es sacarlos del campo a la ciudad; para ellos es un mundo, porque estos chicos van a salir con 18 años y van a ir a Yungas a trabajar o no sé a dónde. Entonces el objetivo es poderlos sacar, no para trabajar, sino para disfrutar, para jugar”.
El P. Diego se acomoda nuevamente en el sillón y vuelve a sus recuerdos de antes de la Pandemia de Covid-19: algunos niños y jóvenes salían en gira a Cochabamba, Oruro, Santa Cruz y La Paz, para jugar con otros equipos de Bolivia. El padre es hincha del Bolívar, “pero me engañaron”, confiesa, recordando que cuando llegó a Bolivia lo llevaron a Tembladerani a ver el estadio de la Academia y luego, un poco más adelante, al complejo de The Strongest. Pensó que los del Bolívar eran pobres y, para él, su opción por los pobres era primero; luego supo que la realidad de ambos clubes era distinta, pero su fidelidad a su primera impresión no le permite cambiar de equipo.
No importa mucho de qué equipo sea en este momento, pues su corazón tiene las franjas rojas y blancas del Atlético de Madrid y de San Vicente de Paúl, y como nos dijo antes, su ilusión es que, en algún momento, la selección de estas escuelas juegue contra el Tigre, el Bolívar y otros equipos. “Tú imagínate, un niño de Mocomoco, del campo, venir a jugar con estos equipos… Y además con la anterior escuela, hace tiempo, pusimos dos jugadores, uno en el Chaco Petrolero y otro en el Always Ready”, cuenta orgulloso el padre. También piensa que si llegan a jugar en equipos reconocidos, debe hacerles un acompañamiento, para que los valores del Atlético estén bien enraizados.
“El atlético tiene valores fundamentales: el sacrificio, el esfuerzo, luego el sentido comunitario, la familia”, asegura; “no entiende la gente que si ganamos, ganamos, si no ganamos, no pasa nada, o sea, no hay drama. El tema es: tú compite y dalo todo”, con esta afirmación el P. Diego asegura que sus jóvenes mueren en la cancha, que “corren hasta morir”, ya que “ser del Atlético significa superarte porque siempre es luchar contra casi imposibles”.
Cuando se le pregunta al padre si rezan en los entrenamientos, agacha la cabeza y la levanta de inmediato con una sonrisa: “No, no rezamos nada”. Es que, desde su perspectiva, no es necesario hablar a los niños de Dios porque se lo vive desde adentro; además, curiosamente, los niños de catequesis participan todos de la Escuela de fútbol. Pero los valores no están excluidos, y continua para explicar cómo es la preparación, “primero se les habla de un valor humano, para luego trabajarlo durante el entrenamiento; luego la parte técnica, se les da sus posiciones y se revisan qué figuras se jugarán y se realiza un partidito”.
Los niños de estas zonas sufren de desnutrición leve, hay niños que han fallecido por esto, sobre todo los bebés, y el deporte, en el caso de los que hacen parte de la escuela, les exige tener una buena alimentación, eso sumado a los kilómetros que tienen que recorrer para llegar a las clases y que provoca un bajo rendimiento en las unidades educativas. “Nos dimos cuenta que los niños no aguantaban”, por eso la Asociación “Nayrar Sarapxañani” creó comedores, apoyo escolar y en salud, logrando así un soporte integral. El aporte de la Asociación se hace cada vez más integral y familiar; en la actualidad, también dan clases de artesanías, pastelería y talleres para prevenir la violencia con las mujeres y madres de los jugadores de Mocomoco.
Para los niños que van a la escuela de fútbol se cuenta con varias normas, entre ellas la puntualidad, se debe estar 5 minutos antes de que inicie el entrenamiento, solo se puede faltar a tres prácticas y no se puede beber alcohol. “Yo muy contento, porque incluso los alcaldes me decían: padre, tú has acabado con la desnutrición y con el alcohol en los jóvenes”.
La escuela de fútbol está funcionando desde 2004, aunque tuvo que cerrar durante la pandemia y además el presupuesto era escaso. “Es un milagro que la escuela funcione, los niños no pagan nada, pedirles que paguen por jugar al fútbol es imposible”, dice el padre al compartir que la sostenibilidad del proyecto está asegurada con el compromiso de “Los 50”: “De nada vale que empecemos y desilusionemos”, señala el padre Diego, que además se conmueve recordando que “hay veces que he ido por la calle y he llegado a llorar solito; decir cómo mantengo esto, de dónde saco…”. El padre Diego es como una mamá o un papá que se preocupa por llevar el pan de cada día a casa, él pone su fe en la providencia, que durante 20 años no ha faltado, “es como un pequeño milagro, no es solo la escuela de fútbol, es lo que estás logrando para el futuro de los jóvenes”, asegura con una mirada llena de esperanza, y se despide con el mismo entusiasmo con que se inició esta charla, porque, como hincha del Atlético de Madrid, sabe que los colchoneros nunca se rinden y él tampoco lo hará.