Mons. Flock: “El Señor nos promete un cielo nuevo y una tierra nueva, con una nueva Jerusalén, y un nuevo corazón”
Mons. Flock: “El Señor nos promete un cielo nuevo y una tierra nueva, con una nueva Jerusalén, y un nuevo corazón”
Prensa CEB 17.03.2025. El 16 de marzo de 2025, Segundo Domingo de Cuaresma, Mons. Robert Flock, obispo de la Diócesis de San Ignacio de Velasco, celebró la Eucaristía abordando temas profundos sobre la alianza y la fe.
Reflexionó sobre la importancia de las promesas y alianzas en la sociedad actual, destacando cómo en algunos casos, como el conflicto entre Rusia y Ucrania, la desconfianza hacia las promesas es alta debido a incumplimientos pasados.
Basándose en el Evangelio, Mons. Flock, invitó a los fieles a reflexionar sobre la fidelidad de Dios y sus promesas, incluso cuando el pueblo es infiel, y convocó a los creyentes a ver y refllexionar en cómo Jesús cumple la profecía de una nueva alianza, ofreciendo un cielo nuevo y una tierra nueva, con un nuevo corazón para todos.
A continuación la homilía completa.
Queridos hermanos:
Nuestra primera lectura hoy describe una extraña escena misteriosa. En respuesta a su pregunta sobre la promesa que le hace Dios, Abram tiene que cortar por la mitad a varios animales; luego en la noche, “un horno humeante y una antorcha encendida pasaron en medio de los animales descuartizados” y explica: “Aquel día, el Señor hizo una alianza con Abram”. Pero no explica a nosotros lo que en aquel entonces se entendía: ¿Cómo es que se hace una alianza con animales partidos por la mitad? Por una referencia en Jeremías 34,18 se entiende; Dios dice: “A los hombres que transgredieron mi alianza, que no cumplieron las cláusulas del pacto que habían concertado en mi presencia, los trataré como al ternero que ellos cortaron en dos y entre cuyos pedazos pasaron.” Nuestra lectura describe un ritual de antigüedad para hacer alianzas entre naciones; las partes pasaron entre animales partidos por la mitad, jurando el cumplimiento del acuerdo, caso contrario, que sean descuartizado como los animales sacrificados. Como pueden imaginar era un ritual muy solemne y muy sobrio.
Quizás sería bueno volver a usar este ritual entre naciones, porque en algunos casos hay incumplimiento, como, por ejemplo, entre Rusia y Ucrania, por esto desconfían ahora de las promesas de Putin. En el caso de Bolivia, la Constitución dice que, en la jerarquía de leyes, los acuerdos internacionales están por encima de todo menos la misma constitución. ¿Será que el gobierno respeta esto? En cuanto a la relación con el Vaticano, hay motivos para desconfiar.
Lo que llama la atención en esta alianza con Abram, es que este no pasa por los animales, sino solo Dios, representado por la antorcha y el humo. Es Dios quien jura quedarse como estos animales partidos en dos, si no cumple su promesa a Abram. Le promete la tierra donde vivir y una descendencia numerosa como las estrellas del cielo. Lo único que tiene que hacer Abram es confiar en Dios y salir de Ur de los Caldeos (Babilonia), e irse a lo que ahora conocemos como Israel.
Me parece un poco curioso que Abram, que conversa con Dios como a un amigo o un familiar, desconfía de la promesa y pide garantías. «¿Cómo sabré que la voy a poseer esa tierra?» Pero Dios no hace ningún reclamo; hace una alianza según las costumbres de entonces, con toda esa solemnidad y fuerza.
Esta alianza fue el precursor de otra, la alianza del Sinaí, celebrada con otro tipo de ritual. Moisés rocía el altar que representa a Dios con sangre, y rocía a la gente también. En ella se renueva la promesa de la tierra prometida con la protección de Dios, quien ahora les había liberado de la esclavitud en Egipto, y esta vez la gente se compromete a ser fiel al Señor cumpliendo los Diez Mandamientos.
Luego, después de los cuarenta años en el desierto, la gente entra a la tierra prometida, y poco a poco durante el período de los jueces, consolida su posesión de ella. Luego viene la época de los Reyes, empezando con Saúl, David y Salomón, historia contada en los libros Primero y Segundo de Samuel. Al morirse Salomón, se desata una guerra civil y el pueblo de Dios queda dividido en dos naciones, Israel y Judá, siendo esta historia contada en los libros de Primero y Segundo Reyes, y nuevamente con otra visión teológica en Primero y Segundo Crónicas. Este es también el período de los Profetas como Amós, Oseas, Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc., quienes llaman a los dos pueblos con sus reyes a ser fiel a la alianza con Dios, caso contrario pueden perder la tierra prometida, que es exactamente lo que sucedió. El reino del norte, Israel, con su capital en Samaria, fue destruido por Asiria en el 722 antes de Cristo, siendo una gran parte de la población exiliado a Nínive. Un siglo y medio más tarde, el reino del sur, Judá con su capital en Jerusalén, fue destruido por Babilonia, la población también relocalizada a la tierra donde Abraham había salido más de mil años antes.
Para Dios, todo esto fue un gran problema, porque seguía su pacto con Abraham, y aunque el pueblo fue infiel a la alianza, Dios si o si cumple sus promesas. ¿Qué hacer? ¿Cuál es el desenlace de todo esto?
Los profetas anticiparon la solución, articulada por Jeremías, el profeta más frustrado por el fracaso de su ministerio y más perseguido por denunciar las infidelidades de la gente, de los sacerdotes, de los falsos profetas, y de los reyes: “¿Puede un etíope cambiar de piel o un leopardo de pelaje? Así ustedes, ¿podrían hacer el bien, habituados como están a hacer el mal?” (Jer 13,23). “Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo: ¿quién lo entiende?”.
¿Cuál será la síntesis de un Dios fiel y un pueblo infiel? “Llegarán los días -oráculo del Señor- en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño -oráculo del Señor-. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días -oráculo del Señor-: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo.” (Jer 31,31-33).
Jesús cumple esta profecía al establecer la Alianza Nueva y Eterna en la Última Cena. Pero ya no es con la sangre de animales sacrificados y rociados sobre el altar y la gente, sino derramando su propia sangre. Y como Dios se había hecho aquella alianza con Abram, con los animales partidos, será Dios mismo que pague la consecuencia. Emanuel, Dios con Nosotros, es crucificado, destrozado, traspasado. Pero en vez de aquella tierra prometida y siempre peleada, ahora nos promete un cielo nuevo y una tierra nueva, con una nueva Jerusalén, y un nuevo corazón.