Obispo Flock llama a la reconciliación familiar inspirándose en la parábola del hijo pródigo
Prensa CEB 31.03.2025. En su homilía del cuarto domingo de Cuaresma, el Obispo de la Diócesis de San Ignacio de Velasco, Mons. Robert Flock, instó a los feligreses a la reconciliación y el perdón, tomando como base la parábola del hijo pródigo.
Reflexionó sobre los dos hermanos de la historia: el menor, que dilapida su herencia y regresa arrepentido, y el mayor, que se muestra resentido e incapaz de celebrar el regreso de su hermano. El obispo compartió un poco de su historia personal sobre un incidente en su propia familia, donde su padre perdonó y rehabilitó a su hermano mayor tras un accidente automovilístico, ilustrando el poder del perdón y la segunda oportunidad.
Mons. Flock hizo hincapié en la importancia de valorar las relaciones familiares por encima de los bienes materiales, especialmente en disputas por herencias. Recordó a los presentes que la parábola del hijo pródigo es una invitación a la reflexión y a la acción, exhortando a perdonar «setenta veces siete» como enseñó Jesús.
Concluyó recordando la importancia de celebrar la vida y de apoyarse mutuamente en los momentos de alegría y tristeza, fortaleciendo los lazos de amor y cariño familiar.




Cuarto Domingo de Cuaresma — 30 de marzo de 2025
Este hermano tuyo
Queridos hermanos,
En la parábola que cuenta Jesús hay solamente dos hermanos y es el menor que se termina en desgracia casi comiendo con los chanchos. El hermano mayor es el resentido que no quiere recibirlo y compartir la fiesta que organiza el padre al recuperar a su hijo sano y salvo.
Yo me acuerdo una experiencia en mi propia familia. Somos once hijos. Yo soy el quinto. Cuando mi hermano, el mayor de todos salió bachiller del colegio, mi padre le compró un auto usado; Tony, una noche, corriendo demasiado rápido y algo borracho, perdió el control en una curva, chocándolo. Mi hermano y sus amigos tuvieron varios heridos, sobretodo cortes en la cara, que necesitaba muchos puntos para arreglar. Gracias a Dios nadie murió, pero el auto ya no servía para arreglar. Yo y mis hermanos estábamos bastante indignados porque sabíamos que se accidentó por borracho. No mucho después, mi padre compró una vagoneta nuevita —cero kilómetro— para su negocio, y fuimos toda la familia para recogerlo. Cuando tocó volver a casa, sorprendió a todos, entregando las llaves a Tony, pidiéndole que lo traiga a casa. Con esto mi padre lo rehabilitó a mi hermano mayor como hijo mayor. De lo que yo sé, no hubo después nuevas instancias de manejar borracho.
Lamentablemente, mi hermano mayor, sí, sufrió otro accidente de carretera; estaba manejando el auto de su esposa, yendo los dos a una celebración de los 35 años de aniversario de bachillerato de secundaria. Al adelantar a un grupo de motocicletas parece que fueron un poco demasiado a la izquierda, la rueda agarró la orilla del asfalto, compensaron demasiado y perdieron el control, salieron de la carretera y chocaron una barranca de tierra. Su mujer murió y mi hermano quedó con graves heridas que le afecta hasta ahora. Yo había ido de vacaciones días antes, y me acuerdo como lloraba mi padre a ver a mi hermano mayor con su mujer fallecida en el hospital. Era el momento más triste de su vida. Un año más tarde falleció mi padre de un cáncer de pulmón, y esto fue hace 28 años. Yo y mis hermanos lo extrañamos todavía.
Yo como sacerdote celebré las Misas de Exequias para mi cuñada, para mi padre, también para mi madre, y me ha tocado otros parientes, estando de vacaciones en mi tierra natal. Cuando era joven me tocaba bodas; ahora me toca entierros. Pero ambas ocasiones son importantes para recordar que somos peregrinos y compañeros con un destino más allá. Mejor si podemos compartir nuestro tiempo en esta vida sin resentimientos, celebrando la vida, con sus momentos de alegría y apoyándonos y consolándonos en las dificultades y tristezas.
Jesús contó la parábola del Hijo Pródigo por la actitud de los fariseos y escribas que murmuraban diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Es una parábola inconclusa, pues al final, no dice Jesús si el hermano mayor entra en la fiesta o no. Termina así a propósito, porque obliga a los oyentes a optar.
Esta parábola está en sintonía con otras enseñanzas de Jesús sobre la necesidad de perdonar. «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». (Mateo 18,21-22). Y el Padrenuestro: «Perdona nuestras ofensas como también perdonamos a los que nos ofenden».
Da mucha pena cuando personas guardan rencor contra otros, especialmente de su propia familia, muchas veces, por motivos de la herencia. No se da cuenta, que el hermano, la hermana, vale más que los bienes materiales. Esto es lo que el padre en la parábola quiso hacer entender al hermano mayor al insistir repetidamente: «Este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado».
A veces la causa de molestia y resentimiento que he visto es porque a uno de los hijos o hijas le ha tocado el cuidado de sus padres durante su vejez y enfermedad. Entonces, cuando se muere, siente que merece una porción mayor de la herencia. Quizás así lo dispone. A casi nadie le gusta pensar en su propia muerte, pero es mejor preparar un testamento que disponga sus bienes para evitar peleas posteriores entre los herederos.
El mío dice que si me muero en Bolivia que me entierren en Bolivia y si me muero en los EEUU que me entierren allá. Y que mis bienes económicos allá pasen a la Diócesis de La Crosse, y mis bienes personales allá pasen al hermano en cuya casa se encuentran. Y mis bienes personales acá pasen al obispo sucesor. Como aquí no tengo bienes económicos, ni propiedades, ni vehículos, no hay nada que pelear.
Cuando falleció mi mamá, sus bienes económicos fueron repartidos por igual entre los 11 hijos, habiendo gasto mucho para sus cuidados en las últimas semanas de su vida, por lo que no era mucho para cada uno. Ella dispuso que su auto fuese para un nieto que había acogido como hijo después de una etapa difícil en su vida, y nos parecía bien a todos nosotros. Puso en su testamento que los hijos pudimos llevar cada uno lo que quisimos de sus cosas personales, muebles de la casa, etc., pero si dos o más quisimos el mismo objeto, que tuvimos que poner nuestros nombres en papeletas y sacar a la suerte. La repartición fue tan amable que sucedió con solamente dos cosas: una imagencita de la virgen maría y un serrucho con una pintura de la finca donde nos criamos, y mi hermana donde me alojo de vacaciones las ganó ambas. En realidad, nadie perdió nada, porque nos encontramos como familia para seguir festejando y fortaleciendo nuestros lazos de cariño y amor. Así debe ser para toda la eternidad.
Fuente:. Adam Chavarría