Mons. Jorge Herbas: “No basta conocer la fe, hay que vivirla con misericordia, saliendo al encuentro del hermano caído”
Prensa CEB 14.07.2025. Mons. Jorge Herbas Balderrama, OFM, Obispo de la Prelatura de Aiquile, presidió la celebración dominical en la Catedral San Pedro de Aiquile, donde reflexionó sobre la parábola del buen samaritano, haciendo un fuerte llamado a no pasar de largo ante el dolor humano y a vivir un cristianismo que se traduzca en acción concreta y misericordiosa.
Mons. Herbas comenzó recordando que la Palabra de Dios no es algo lejano ni inalcanzable. Inspirado en la primera lectura del día, enfatizó que los mandamientos divinos están en el corazón de cada persona y son accesibles para quien desea practicarlos. Desde esta verdad, exhortó a no desentenderse de la fe ni justificar la indiferencia con excusas legales o personales.
El amor cristiano: del conocimiento a la práctica
El Obispo analizó la actitud de quienes, como el doctor de la ley del Evangelio, conocen la doctrina, pero no la encarnan. Afirmó que no basta con saber qué enseña Dios; se requiere vivirlo con coherencia. El amor cristiano, explicó, no es teórico ni abstracto: se concreta en gestos de cercanía y compasión hacia quienes sufren.
Mons. Herbas subrayó que la pregunta clave no es “¿quién es mi prójimo?”, sino más bien “¿cómo me convierto yo en prójimo para los demás?”. Jesús revierte la lógica de la ley para mostrar que el verdadero discípulo no espera que el otro merezca su ayuda, sino que se adelanta a brindar alivio, incluso a desconocidos o enemigos.
El buen samaritano: figura de Cristo y llamado al compromiso
A través de la parábola del buen samaritano, el Obispo explicó que el prójimo verdadero es quien se detiene, se conmueve y actúa. Frente al sacerdote y el levita que pasan de largo, el samaritano (figura de Cristo) se convierte en modelo de compasión. Mons. Herbas recordó que los cristianos están llamados a seguir ese ejemplo, haciéndose cargo del otro y compartiendo recursos, tiempo y cercanía.
El Obispo llamó a no ser indiferentes frente al sufrimiento humano. Enfatizó que cada bautizado está llamado a ser reflejo de Cristo, a convertirse en bálsamo de amor para los necesitados y a encarnar la misericordia divina. Solo así, dijo, la fe se transforma en vida y el Evangelio cobra rostro en medio del mundo.