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Padre Kasper: «Mujer, Sacerdocio y la Iglesia-Esposa”

Prensa CEB 2.10.2025. El Padre Kasper Mariusz Kaprón OFM, fraile franciscano polaco misionero en Bolivia, presenta una reflexión titulada «Mujer, Sacerdocio y la Iglesia-Esposa», que invita a redescubrir el significado del sacerdocio desde una perspectiva simbólica y espiritual.

Partiendo de la imagen de la orante de las catacumbas de Priscila en Roma, Kaprón subraya que el sacerdocio no debe reducirse a un mero oficio o ministerio funcional, sino que es esencialmente una actitud de intercesión, entrega y apertura a Dios. Destaca cómo este gesto de oración, con brazos elevados, es un símbolo universal que representa a toda la comunidad eclesial como Iglesia-Esposa en actitud sacerdotal.

Esta reflexión invita a una integración más profunda y valorativa del lugar de la mujer en la vida y misión de la Iglesia en la actualidad.

MUJER, SACERDOCIO Y LA IGLESIA-ESPOSA

La peregrinación por los lugares sagrados –tanto cristianos como precristianos– es siempre una entrada en el mundo de los símbolos. Estas imágenes, enraizadas en culturas antiguas, se convierten en señales de fe que no pierden actualidad, sino que permiten redescubrir una y otra vez la profundidad del misterio de la Iglesia. Uno de esos símbolos, que quedó grabado fuertemente en mi memoria, es la figura de la orante de las catacumbas de Priscila en Roma (imagen que también inspira el logotipo de mi universidad romana: el Pontificio Instituto Litúrgico San Anselmo). Vestida con una túnica sencilla, con los brazos elevados hacia lo alto, permanece en actitud de oración: un gesto que desde la antigüedad se interpretó no solo como expresión de piedad individual, sino como imagen misma de la Iglesia en postura de intercesión.

Una experiencia semejante me sucedió en Delfos, en el museo que conserva vestigios de la antigua Grecia. Allí también, en las figurillas femeninas de la época micénica, encontré el mismo arquetipo del gesto: brazos extendidos hacia el sacrum, abiertos a la presencia de Dios. Aunque distantes entre sí en tiempo y espacio, ambas representaciones se entrelazan en una misma intuición: el sacerdocio no es ante todo un oficio, sino una actitud. Y es precisamente en los gestos femeninos donde hallamos su expresión más pura.

EL SACERDOCIO COMO ACTITUD, NO SOLO COMO OFICIO

Por desgracia, en el cristianismo el sacerdocio se identificó principalmente con el ministerio y se redujo a una dimensión cultual-funcional. Sin embargo, en su esencia más profunda el sacerdocio significa la actitud del ser humano ante Dios y ante los demás: actitud de intercesión, apertura, bendición y entrega de la vida. El sacerdote –y el único sacerdote de la Nueva Alianza es Jesucristo– se sitúa entre el mundo humano y el divino, levantando las manos en gesto de oración. De ahí también los brazos extendidos de Cristo en la cruz.

La orante de las catacumbas muestra que este gesto fue entendido desde el principio como universal: no masculino, no reservado solo a un pequeño grupo de ministros ordenados, sino un gesto que debe caracterizar a toda la comunidad de la Iglesia. El cuerpo y la postura de la Orante se vuelven teología en imagen: la Iglesia-Esposa que intercede ante Dios por sus hijos. Los Padres de la Iglesia no dudaban: la orante personifica a la Ecclesia Sponsa. San Ireneo escribía que la Iglesia, engendrada por el Espíritu, recibe la Palabra como la esposa la semilla y engendra nuevos hijos en el bautismo. Eso es sacerdocio: engendrar vida espiritual.

LA FEMINIDAD COMO CLAVE TEOLÓGICA

Hans Urs von Balthasar señalaba que la Iglesia, en su esencia, es femenina, porque el primer acto ante Dios es la acogida: el fiat de María, apertura al don. La feminidad en esta perspectiva no significa biología, sino disposición espiritual: disponibilidad al don, capacidad de engendrar, cuidado de la vida. La Orante es icono de esa actitud: los brazos elevados no son solo oración, son acogida de la gracia, el “sí” esponsal que se hace sacerdocio.

María, typus Ecclesiae, encarna esta verdad de modo perfecto. Ella es la primera orante, la primera sacerdotisa de la Iglesia en sentido espiritual: intercesora, madre, ofrenda de sí misma. Su sacerdocio es plenamente esponsal: no ministerio, sino vida entregada a Dios y a los hombres.

EL CONCILIO VATICANO II Y EL SACERDOCIO COMÚN

El Concilio Vaticano II recordó que todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo. Lumen gentium habla del sacerdocio común, que se realiza en la oración, el testimonio y la ofrenda de la vida. La Orante se convierte en su resumen visual: su gesto no pertenece a la jerarquía, sino a la existencia. La Iglesia es un pueblo sacerdotal porque, unida a su Esposo, eleva al Padre la oración en nombre de toda la humanidad; intercede por el mundo, ofrece sacrificios espirituales de la vida cotidiana y, en el gesto de las manos y del corazón abiertos, revela su esencia: actitud sacerdotal de gratitud, ofrenda e intercesión.

TEOLOGÍA FEMINISTA: LA MUJER COMO SACERDOTISA DE LA VIDA

La teología feminista contemporánea –Elisabeth Schüssler Fiorenza, Ivone Gebara y muchas otras autoras– señala que las representaciones femeninas en el arte cristiano antiguo son huella de la presencia real y de la capacidad de acción de las mujeres en las primeras comunidades. Las orantes no son ornamento, sino testimonio del papel sacerdotal de las mujeres: profetisas, diaconisas, animadoras de la oración.

Este hilo se enlaza también con mi experiencia amazónica. Allí las mujeres son “sacerdotisas de la vida”: reúnen a las comunidades, enseñan a los niños a rezar, presiden las celebraciones de la Palabra, interceden por su familia y por la comunidad. El papa Francisco en Querida Amazonia escribió que fue gracias a mujeres fuertes que la Iglesia sobrevivió en la Amazonía. Y, efectivamente, en sus gestos, en su cuidado cotidiano, en sus oraciones, descubro el eco de la Orante de las catacumbas: imagen contemporánea del sacerdocio común encarnado en la feminidad.

LA MUJER COMO SACERDOTISA DE LA VIDA DESDE LOS ORÍGENES

En una mirada más amplia, la mujer siempre estuvo vinculada al misterio de la vida y la fecundidad, a los ritos de paso, al misterio de la muerte y de la regeneración. La figura micénica no representa un “oficio” en nuestro sentido, sino un arquetipo: guardiana de la vida, la que con su cuerpo y su actitud media entre lo divino y lo humano. En el cristianismo ese arquetipo no desaparece, sino que se transforma: la mujer, no necesariamente en el altar, sino siempre en la fuente de la vida: en el hogar, en la comunidad, en la Iglesia como esposa.

HACIA UNA INTEGRACIÓN

Las preguntas actuales sobre el lugar de la mujer en la Iglesia son, en el fondo, preguntas sobre la fidelidad a esta tradición. La Orante y la sacerdotisa micénica de la vida recuerdan que el sacerdocio no puede reducirse al ministerio, pues es ante todo una actitud. El gesto de los brazos extendidos –oración, intercesión, bendición– nunca estuvo reservado únicamente a los hombres. El sacerdocio es universal, y la mujer lo lleva en sí de manera particular: engendrando, cuidando, organizando la comunidad, rezando en nombre de los demás.

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Mis encuentros personales con estas imágenes –en Roma y en Delfos– no fueron solo una experiencia estética. Se convirtieron en una lección espiritual: el sacerdocio es, ante todo, una actitud de apertura, entrega e intercesión. Y son precisamente las mujeres –desde las orantes de las catacumbas hasta las mujeres de las comunidades amazónicas– quienes muestran de modo más pleno lo que es el sacerdocio de la Iglesia-Esposa.

El sacerdocio ministerial y el sacerdocio común no tienen por qué excluirse: al contrario, pueden complementarse. Pero es el gesto femenino de la Orante, la actitud esponsal de María, la vida cotidiana de las animadoras amazónicas de las comunidades lo que revela que el corazón del sacerdocio es siempre lo mismo: manos y corazón abiertos, vueltos hacia Dios y hacia los hombres.

Por: Padre Kasper Mariusz Kaprón OFM

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