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Mons. Pascual Limachi: «Que la esperanza de Dios nos llene de misericordia y sabiduría en esta Navidad»

Prensa CEB 21.12.2025.  Mons. Pascual Limachi, obispo de la Prelatura de Corocoro, presidió la misa del IV Domingo de Adviento en la Basílica Nuestra Señora de los Ángeles en la Arquidiócesis de La Paz, exhortando a los fieles a imitar la justicia misericordiosa de San José en un mundo marcado por la rigidez y el juicio.

​Justicia con ternura divina

En su homilía, el prelado destacó cómo José, ante el embarazo de María, rechazó denunciarla pese a la severa ley judía que podía llevarla a la muerte, en cambio José, optó por el discernimiento y el amor. «Ser justo no es ser rígido, sino actuar considerando la complejidad de la vida, sus dolores y misterios», subrayó Monseñor, citando el mensaje del Papa Francisco contra el endurecimiento del corazón.

​El obispo enfatizó que la verdadera justicia brota de la fe, alimentada por los sueños e intuiciones divinas que guiaron a José a acoger a María y nombrar al Niño Jesús –Salvador– y Emmanuel –Dios con nosotros–.

​Llamado para la Navidad boliviana

Mons. Limachi invitó a la comunidad a llenarse de la ternura del Niño Dios para superar egoísmos, divisiones y rigideces, convirtiéndose en humildes servidores. «En esta Navidad, que la esperanza de Dios nos llene de misericordia y sabiduría», concluyó, resonando su mensaje desde una Basílica colmada de fieles expectantes por la Natividad y esperanzados en que el nacimiento del Niño Jesús traiga mejores días para Bolivia.

A continuación la homilia completa.

IV DOMINGO DE ADVIENTO – 21 DE DICIEMBRE DE 2025

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS EN EL SEÑOR:

Hoy es, cuarto domingo de Adviento, el último de este tiempo santo de espera, la Iglesia nos invita a contemplar cómo se espera al Señor. Y lo hace poniéndonos ante la figura silenciosa, pero profundamente llamativo, de San José.

José estaba comprometido con María, y de pronto se encuentra con una situación humana muy difícil: María está encinta. Nosotros sabemos que es por obra del Espíritu Santo, pero José no lo sabía. Ante sus ojos, se presentaba una situación seria, dolorosa y humanamente incomprensible.

La ley de su tiempo era clara y dura: una mujer en esta situación debía ser denunciada, y ello podía conducir incluso a la lapidación. Era algo trágico para María, pero también profundamente doloroso para José.

Sin embargo, el Evangelio nos dice algo fundamental: José era un hombre justo. Y precisamente por ser justo, no quiso denunciarla. La amaba demasiado. Y denunciarla habría significado su destrucción total, la aplicación implacable de la ley, sin espacio para la misericordia.

Así sucede muchas veces también hoy: cuando estamos heridos o enojados, queremos que la ley caiga con todo su peso sobre quien ha fallado.

Pero ser justo no es ser rígido. Ser justo es tener la capacidad de actuar considerando la complejidad de la vida, sus circunstancias, sus dolores y sus misterios. Ser justo es saber que puede haber razones que aún no comprendemos. Por eso, el verdadero justo discierne, comprende, espera, y no se precipita en juicios que pueden ser trágicos.

Antes incluso de la revelación del ángel, José nos muestra una gran finura humana y espiritual. María fue preservada del pecado; José no. Y sin embargo, vive movido por un espíritu justo, profundo, que lo lleva a amar y no excederse en la aplicación de la ley.

El Papa Francisco nos ha advertido muchas veces del peligro de la rigidez. Decía que la rigidez nos hace perder el contacto con los demás, nos endurece el corazón y nos aleja de la verdadera humanidad. La Iglesia existe también para enseñarnos a comprender las fragilidades humanas, no para aplastarlas sino para aprender.

La actitud de José nos revela que el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene la capacidad de ir más lejos, de ser bueno, de ver más allá de lo inmediato.

Y aquí aparecen los sueños de José. Los sueños atraviesan toda la historia bíblica, desde aquel José, hijo de Jacob, llamado “el soñador”. Los sueños expresan lo que habita en lo profundo del corazón. A veces nos inquietan, otras veces nos iluminan, pero siempre nos abren a algo más grande.

Dios nos ha creado abiertos, no cerrados; soñadores, no rígidos. Por eso debemos aprender a escuchar al Señor incluso en nuestras intuiciones, para descubrir cómo Dios quiere hablarnos y conducirnos.

Cuando José escucha las palabras del ángel —“No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer”— Dios confirma y eleva las buenas intuiciones que ya había en su corazón. Le revela el proyecto eterno de salvación, nacido en la casa de David desde siglos atrás.

José despierta con una sensibilidad nueva, iluminada por Dios. Y decide llevar a María a su casa. Esto nos enseña que la fe alimenta la verdadera justicia. El Señor nos enseña a esperarlo abriendo el corazón, superando la mezquindad, y dejando atrás la rigidez. Porque toda verdadera justicia descansa en el amor de Dios.

El nombre que José debe poner al niño es Jesús, que significa Salvador. También será llamado Emmanuel, Dios con nosotros. Nos salvamos cuando Dios es verdaderamente nuestro Dios, el Dios de todos, no el Dios utilizado para dividir, justificar egoísmos o enfrentarnos entre hermanos.

En esta Navidad necesitamos llenarnos de la ternura de Dios, de la pequeñez del Niño, para volvernos humildes servidores de Dios y de nuestros hermanos.

Que el Señor nos conceda la justicia de José, que es vivir a la manera de Dios: con misericordia, sabiduría y amor.

Que Él nos llene de su ternura y de su esperanza en esta Navidad.

Amén.

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