Mons. Aurelio Pesoa exhorta a los creyentes a no ser indiferentes ante la injusticia y la violencia
Prensa CEB 21.07.24.- Desde la Catedral Santísima Trinidad, en Beni, el Mons. Aurelio Pesoa Ribera OFM, Obispo del Vicariato Apostólico del Beni y Presidente de la Conferencia Episcopal Boliviana, pidió a los creyentes: “No quedar indiferentes ante los abusos, la injusticia, la violencia que pareciera que se va multiplicando en nuestro país”.
“Tiempos de ausencia de pastores creíbles, tiempos en donde cada uno busca su propia ventaja. En donde la palabra unidad se hace cada vez más ausente. Aun así, el Señor nos pide no cansarnos a seguir apostando por el diálogo como el camino seguro para una verdadera hermandad y fraternidad, en nuestro lastimado país”, afirmó la autoridad eclesial, durante su reflexión sobre el Evangelio (Mc 6,30-34), este domingo 21 de julio.
El Mons. Pesoa señaló que la Iglesia no puede ignorar la dimensión profética de Jesús y sus seguidores, y tampoco puede olvidar pedir a Dios suscite discípulos y profetas para la Iglesia: “Porque una Iglesia sin profetas corre el riesgo de caminar sorda y muda a la realidad del mundo y a la llamada de Dios. Ella no puede desentenderse de la realidad concreta en que vivimos”, sostuvo.
Asimismo, advirtió sobre el riesgo de predicar un cristianismo sin espíritu profético, que corre el riesgo de quedar controlado por el orden, la tradición o el miedo a la novedad de la Palabra de Dios. El Obispo dijo que hoy, como ayer, se tiene la necesidad de profetas “testigos fieles y creíbles que anuncien a Cristo y su Evangelio para darle sentido a la vida arraigándola en el Dios que verdadero”, y aseguró que “la Palabra de Dios es la puerta a un futuro de felicidad”.
El Obispo explicó que los rasgos del profeta son inconfundibles: “En medio de una sociedad injusta, donde cada uno busca su bienestar silenciando el sufrimiento de los que lloran, el profeta se atreve a leer y a vivir la realidad desde la compasión de Dios para con los últimos. Su vida entera y su testimonio se convierte en presencia que anuncia y denuncia las injusticias y llama a la conversión verdadera”.
El Mons. Pesoa hizo hincapié en que todos estamos llamados a ser testigos y profetas en nuestros propios ambientes, donde vivimos: “En este momento de la historia debemos contribuir a realizar, unidos a Cristo, la grande historia de la salvación. Todos tenemos la tarea de hacer resplandecer la luz del Evangelio y anunciar, el amor misericordioso de Dios que nos salva en el Hijo”.
Domingo 16 tiempo ordinario (B)
Mc. 6, 30-34
«Eran como ovejas sin pastor»
21.07.2024
1.- Las palabras del profeta Jeremías, él denuncia en nombre de Dios y va en contra de los reyes que han gobernado al pueblo de Israel, los compara con unos pastores que en lugar de cuidar las ovejas y reunirlas, han provocado su dispersión. Dios no se ha quedado al margen. Los males que padecen son consecuencia de las acciones del mal gobierno de esos reyes.
Dios promete que Él mismo se hará cargo de su pueblo, se encargará de reunirlos. La restauración de Israel será mediante un nuevo rey que será fiel a los mandamientos de Dios. De la intervención de Dios y del nuevo rey surgirá una nueva vida para el pueblo de Israel. Esta profecía es el anuncio de la venida del Salvador del mundo, Jesús el Cristo.
El Evangelio: los Apóstoles vuelven, después de cumplir la misión y con mucho entusiasmo y deseos de compartir su experiencia. Jesús accediendo al deseo de ellos, les propone: «ir a un lugar ellos solo, Él y los doce y descansar» el deseo queda interrumpido por la presencia de la gente que le ha visto marcharse y lo han seguido.
La presencia numerosa de la gente produce en Jesús un sentimiento fuerte de compasión: «porque eran como ovejas sin pastor» es gente que seguía a Jesús, muchos lo buscaban. Jesús deja a los doce y atiende a la multitud. Jesús es para ellos un verdadero pastor, y les da el alimento que necesitan: su Palabra que es verdad y vida, «estuvo enseñándoles largo rato» Su enseñanza impresionaba porque había una gran diferencia entre Jesús y los maestros de su tiempo.
2.- La palabra de Jesús no necesitaba ser avalada por nadie, su palabra tiene autoridad por sí misma y por ello provocaba admiración. Su autoridad no residía solamente en su palabra, era poderoso en las obras. La palabra de Jesús es poderosa frente a los elementos de la naturaleza, las enfermedades y los espíritus malos le obedecen. Él tiene el poder del Padre y con ese poder divino domina todas las cosas.
Hoy, como ayer el mundo, la sociedad, las familias, los jóvenes, todos tenemos necesidad de profetas y de testigos fieles y creíbles que anuncien a Cristo y su Evangelio para darle sentido a la vida arraigándola en el Dios que Verdadero. El Dios que se inclina sobre la creatura más querida: el ser humano.
Sólo en la Palabra de Dios el hombre puede encontrar el fundamento seguro para su existencia, palabra que es la puerta a la esperanza de un futuro de felicidad y de paz. Aquel joven Maestro del que habían oído contar los prodigios realizados en Galilea, no solo hablaba con autoridad, sino que era buscado para escuchar su Palabra, Él era la encarnación de la misma Palabra de la Escritura y de los Profetas.
Los milagros realizados por Jesús llevan el sello de Dios, no se detiene en la grandiosidad del hecho en sí, sino en orden a la salvación; y está dirigido a todos aun a los lejanos que oirán contar aquellos milagros.
3.- Jesús es y actúa como Profeta. No es un sacerdote del templo ni un maestro de la ley. Su autoridad proviene de Dios, empeñado en alentar, guiar y curar las heridas de su pueblo. Con Jesús el Cristo debemos vencer al espíritu del mal vencer y sanar las heridas causadas por las muchas agresiones a los hermanos.
Los rasgos del profeta son inconfundibles. En medio de una sociedad injusta donde cada uno busca su bienestar silenciando el sufrimiento de los que lloran, el profeta se atreve a leer y a vivir la realidad desde la compasión de Dios para con los últimos. Su vida entera y su testimonio se convierte en presencia que anuncia y denuncia las injusticias y llama a la conversión verdadera.
La predicación del Evangelio fue confiada a los Apóstoles y a sus sucesores, pero todos en cuanto bautizados, misioneros y enviados por Cristo estamos llamados a ser testigos y profetas en nuestros propios ambientes en donde vivimos. En este momento de la historia debemos contribuir a realizar, unidos a Cristo, la grande historia de la salvación. Todos tenemos la tarea de hacer resplandecer la luz del Evangelio y anunciar, el amor misericordioso de Dios que nos salva en el Hijo.
Entonces, todo bautizado es un profeta, y el profeta comparte temores y fatigas, como ha sido con todos y como sucedió a Cristo, que experimentó la hostilidad y el rechazo; en medio de las dificultades Dios repite aquellas palabras que un día le dijo al profeta Jeremías: «no tengas temor, diles todo lo que te ordenaré… Yo suscitaré para ella pastores que la apacentaran; y ya no temerán ni la espantaran, no se echará de menos a ninguna oráculo del Señor.
La Palabra de Dios, nos pide a nosotros creyentes a no quedar indiferentes ante los abusos, la injusticia, la violencia que pareciera que se va multiplicando en nuestro país. Tiempos de ausencia de pastores creíbles, tiempos en donde cada uno busca su propia ventaja. En donde la palabra unidad se hace cada vez más ausente. Aun así, el Señor nos pide no cansarnos a seguir apostando por el dialogo como el camino seguro para una verdadera hermandad y fraternidad, en nuestro lastimado país.
Como Iglesia no podemos ignorar la dimensión profética de Jesús y sus seguidores. Tampoco hemos de olvidar pedir a Dios suscite discípulos y profetas en nuestra iglesia. Porque una iglesia sin profetas corre el riesgo de caminar sorda y muda a la realidad del mundo y a la llamada de Dios. Ella no puede desentenderse de la realidad concreta en que vivimos. Predicar un cristianismo sin espíritu profético corre el riesgo de quedar controlado por el orden, la tradición o el miedo a la novedad de la Palabra de Dios. Así sea.