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Iglesia observa “insolidaridad e injusticia”, en medio de la crisis económica del país

Prensa CEB 16.02.2025. En la Eucaristía de este domingo, desde la Basílica Nuestra Señora de los Ángeles en la ciudad de La Paz, el Padre Diego Plá, secretario general adjunto de la Conferencia Episcopal Boliviana (CEB), compartió su reflexión sobre las lecturas del día, centrándose en la confianza en Dios y la relevancia de las Bienaventuranzas en el contexto actual.

El Padre Plá dijo que el mensaje central reside en la bienaventuranza de quienes confían en el Señor, en su reflexión invitó a los fieles a un sincero examen de conciencia sobre dónde reside su confianza y qué camino están siguiendo en sus vidas.

El sacerdote destacó la importancia de la fe y la confianza en la resurrección de Cristo como pilares de la esperanza cristiana, explicó que las bienaventuranzas, revelan la verdadera alegría del Reino de Dios, y enfatizó en que (las bienaventuranzas) no glorifican la pobreza, sino que señalan dónde se manifiesta la justicia de Dios y dónde la Iglesia debe encarnarse para llevar esperanza.

Finalmente, el Padre Plá denunció las estructuras que perpetúan la desigualdad y la injusticia en Bolivia, mencionando la alta tasa de trabajo informal y los diversos sufrimientos que afligen al pueblo boliviano. Concluyó su homilía invitando a los fieles a confiar plenamente en Dios y a vivir las Bienaventuranzas siendo testigos del amor divino en el mundo, buscando a Dios en los pobres y afligidos.

A continuación la homilía completa:

BIENAVENTURADOS

La liturgia de este sexto domingo del Tiempo Ordinario nos presenta una enseñanza fundamental sobre la vida cristiana: la bienaventuranza de quienes confían en el Señor y la advertencia para aquellos que ponen su seguridad en el mundo y en los bienes materiales. Las lecturas nos invitan a realizar un examen interior sobre en qué o en quién estamos depositando nuestra confianza, y qué camino estamos siguiendo en nuestra vida.

  • La fe: la confianza en la Vida.

Por eso, en la primera lectura el profeta Jeremías expresa un mensaje de esperanza: “bendito el hombre que confía en el Señor”. El cristiano que deposita su total confianza en Dios es feliz. A eso nos invita el profeta a buscar nuestra felicidad en Dios y no en los hombres. “En Jesucristo está nuestra felicidad”.

Sólo Él puede darnos fortaleza en los momentos difíciles de la vida, sólo Él puede darnos alegría en la tristeza, sólo Él puede hacer de nuestra sociedad una sociedad más justa y fraterna, donde se vivan los valores del Reino de Dios: amor, paz, libertad y justicia.

“Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; y no deja de dar fruto.”

  • Cristo resucitó de entre los muertos

San Pablo, en la segunda lectura nos recuerda la esencia de nuestra fe: la resurrección de Cristo. Nuestra confianza en Dios no es solo para esta vida terrena, sino para la eternidad.  Él ha vencido a la muerte, y esto nos da una esperanza firme y segura. No estamos amenazados de muerte, estamos amenazados de resurrección, de vida eterna junto a Dios.

Hemos de tener fe en que Cristo ha resucitado. Hemos de tener la confianza de que al final la Vida triunfa, de que en el seno de la Palabra de Dios se encuentra la voluntad de Dios, que no es otra que la Felicidad del hombre. Por lo tanto, te digo “Vive y sé feliz”.

  • Bienaventurados

Finalmente, en el Evangelio de Lucas se nos dice que Jesús pasó toda la noche en oración. Qué importante es la oración en la vida del cristiano. Permítanme recordar la oración de Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”.

Y Jesús elige a los doce Apóstoles, y seguidamente proclama las bienaventuranzas, el mensaje más desafiante para el mundo de hoy, uno de los textos más impresionantes de la historia de la humanidad, por el que muchos han dado su vida, y por el que otros han odiado al cristianismo y a Jesús de Nazaret: “Felices los pobres, felices los que tienen hambre, felices los que  lloran, felices los perseguidos… Pero, ¿cómo puede ser esto una felicidad? La clave está en que Jesús no habla de una felicidad mundana, sino de la verdadera alegría del Reino de Dios. Los pobres de espíritu son aquellos que dependen totalmente de Dios.

Pero en el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de pisar y explotar a los otros.

Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres, y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. El pobre es quien no tiene alimento, casa y libertad, y en el AT es el que apela a Dios como único defensor. 

Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere, ni puede revelarse en el mundo de los ricos, de poder, y de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que Dios está en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. 

Las bienaventuranzas son el programa de vida del propio Jesús. Solo llevándolas él mismo a la práctica podía tener autoridad para proponer a sus discípulos un camino de seguimiento que recorra sus mismas opciones. Las bienaventuranzas manifiestan lo que ya había dicho al inicio de su actividad: Él es enviado por el Padre al mundo, con la misión de liberar a los oprimidos, a los pequeños, a los privados de derechos y de dignidad, a los sencillos y humildes. Les dice que Dios les ama de una forma única y especial.

La Iglesia en su misión evangelizadora ha de encarnarse en las periferias físicas y existenciales, y llevar la esperanza a los pobres del mundo.

Entre nosotros existen esos «mecanismos económicos, financieros y sociales» ya denunciados por San Juan Pablo II, «los cuales, …, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros». Una vez más estamos consolidando una sociedad profundamente desigual e injusta. En la encíclica Sollicitudo rei socialis, La preocupación social de la Iglesia, orientada al desarrollo auténtico del hombre y de la sociedad; el Papa descubría en la raíz de esta situación algo que solo tiene un nombre: pecado personal y pecado estructural.

Ante la grave situación económica que vive nuestra patria Bolivia, podemos dar toda clase de explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia.

Según la Organización Internacional del Trabajo, Bolivia es el país con mayor trabajo informal del mundo, con el 85%. Según esta organización, ni dos personas de cada 10 tienen un empleo formal en Bolivia. Y la mayor informalidad la tienen las mujeres con un 87%. Es decir, ocho de cada diez bolivianos no tienen un salario fijo y dependen del día a día.

Pecado estructural es el que hace llorar a nuestro Pueblo, es decir a las más de 800 madres bolivianas a las que se le han arrebatado sus hijos para la trata y tráfico humano; lloran nuestros hermanos indígenas de la Amazonía que han visto como se quemaban más de 7 millones de hectáreas privándoles de sus tierras y de su hábitat; lloran los hijos huérfanos de las más de 100 madres asesinadas cada año en Bolivia víctimas de los feminicidios; lloran los que sufren la injusticia social, la marginación y la pobreza; lloran los que sufren la violencia intrafamiliar, y lloran los que sufren las consecuencias de una justicia parcializada y para nada independiente; lloran los privados de libertad que sufren los problemas de la sobrepoblación carcelaria y el uso excesivo de la prisión preventiva.

En sus Bienaventuranzas, Jesús advierte que un día no serán así las cosas, el mensaje de Jesús nace de su visión profunda de la justicia de Dios que no puede permitir el triunfo final de la injusticia.

El mundo de las bienaventuranzas nos impulsa a confiar en un Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y, por eso mismo, a cada uno de nosotros nos resucita cada día y nos resucitará a la vida eterna. Pero a ese Dios ya sabemos dónde debemos buscarlo: no en la ignominia del poder de este mundo, sino en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los afligidos y de los que son perseguidos a causa de la justicia: ahí es donde está el Dios de la vida, el Dios de la resurrección. Y esto es así, porque Dios ha hecho su opción, por los pobres de nuestro mundo.

La Palabra de Dios nos invita a revisar nuestro corazón y a confiar plenamente en Él, sabiendo que solo junto a Dios podemos encontrar la verdadera felicidad. Pido para cada uno de ustedes que el Señor les dé la gracia de vivir las bienaventuranzas y de ser testigos de su amor en medio del mundo. Amén.

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