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Mons. Sergio Gualberti: “La esperanza cristiana no defrauda porque nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios”

Santos reconocidos y santos anónimos: una misma comunión de fe.

Prensa CEB 2.11.2025. El Arzobispo Emérito de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, presidió la celebración eucarística con motivo de la solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos. En su homilía, recordó que los días 1 y 2 de noviembre, conocidos popularmente como “Todos Santos”, celebran en realidad dos hechos distintos pero íntimamente relacionados: la santidad y la esperanza.

Ayer, dijo, “se honró a los fieles reconocidos santos por la Iglesia, de los que tantos llevamos sus nombres”, pero también —añadió— existen “los santos anónimos, mucho más numerosos, hermanos y hermanas que han vivido su fe y su vida al servicio de Dios y del prójimo”.
Hoy, al conmemorar a todos los fieles difuntos, la Iglesia ora por quienes han partido de este mundo con la esperanza de alcanzar la Casa del Padre. “Entre las dos celebraciones hay una estrecha relación, ya que todos confiamos llegar a la casa del Padre, nuestra meta definitiva”, expresó.

Jubileo de la Esperanza: una luz que no se apaga.

Mons. Gualberti subrayó que este año, estas celebraciones adquieren un sentido particular porque coinciden con el Año del Jubileo de la Esperanza, recordando que la esperanza cristiana no es una ilusión pasajera ni una promesa vacía del mundo moderno.

En contraste con las falsas esperanzas que ofrecen “el poder, la riqueza, la fama o la ciencia que pretenden vivir eternamente”, el Arzobispo recordó que la verdadera esperanza es “una luz que nunca se apaga, la esperanza que da energía y sentido”.
Y añadió con firmeza: “La esperanza cristiana no defrauda ni engaña porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios”.

Esta certeza —dijo— nos impulsa a vivir con confianza en la promesa de Cristo: “Voy a prepararles un lugar, para que donde yo esté, también estén ustedes”.

La resurrección, horizonte de la vida y del tiempo presente.

El prelado recordó que la muerte y resurrección de Jesús abren para toda la humanidad la posibilidad de una vida nueva y eterna. “Gracias a la muerte y resurrección de Jesús nosotros también podemos resucitar”, afirmó.
Esa vida, dijo, es “plena y feliz, sin dolor y para siempre”, como Jesús lo reveló ante la tumba de su amigo Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque muera, vivirá”.

Desde esta convicción, Mons. Gualberti invitó a valorar el tiempo presente como un don que debe ser bien administrado: “Esto nos hace apreciar mejor nuestro tiempo presente, juzgar mejor y gastar mejor la vida”.
Criticó, sin embargo, que la humanidad, pese a sus avances científicos y técnicos, sigue esclavizada por la muerte: “Cuando parecería que se ha respetado más a las personas, vemos que hoy hay mucha más muerte que antes, causada por el mismo hombre”.

Muertes evitables, heridas abiertas.

Desde una mirada crítica sobre la realidad actual, el Arzobispo lamentó que el progreso no haya eliminado la injusticia ni la desigualdad. “Toda la ciencia y desarrollo no han superado la brecha entre ricos y pobres, la han empeorado”, señaló.
A esto se suma —advirtió— el egoísmo, la violencia, las divisiones sociales y políticas, y la destrucción del medio ambiente: “Los muertos por la quema indiscriminada, la contaminación del agua y del aire son considerados números, y no seres creados a semejanza de Dios”.

Estas palabras resonaron como una denuncia profética en el contexto boliviano, donde las heridas de la desigualdad y del descuido de la creación siguen abiertas. Desde la fe, Mons. Gualberti recordó que toda vida tiene valor y que la memoria de los difuntos también debe despertar compromiso con la justicia.

Morir es solo morir: el paso hacia la plenitud.

Para expresar la esperanza cristiana frente a la muerte, Mons. Gualberti compartió un poema del sacerdote español Martín Descalzo, escrito mientras enfrentaba su propia enfermedad terminal. En sus versos, el poeta describe la muerte no como una derrota, sino como un tránsito luminoso:

“Morir solo es morir, morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.”

Inspirado en esta imagen, el Arzobispo afirmó que “morir es solo un umbral, es pasar de esta vida a menudo sombría por tantos problemas y dolores, a la vida de luz y felicidad”.
Aunque la certeza de morir nos entristece, añadió, “nos consuela la promesa de la futura inmortalidad, porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma”.

Recordar, celebrar, agradecer.

El pastor concluyó su homilía invitando a los fieles a mantener viva la memoria de los difuntos y a orar con esperanza. “Conservemos vivos en nuestro corazón un gesto, una palabra, una sonrisa de nuestros hermanos difuntos, y pidamos al Dios de la vida que los acoja entre los santos”.

Recalcó que en cada misa, los difuntos están presentes porque “Él los hace presentes”. Y exhortó a pedir fortaleza para “seguir los pasos de Jesús, que dijo: Yo soy la luz, la verdad y la vida, para así poder encontrarnos nuevamente con nuestros hermanos”.

Mons. Gualberti cerró su mensaje evocando un canto espiritual afroamericano que expresa la humildad del creyente que espera un lugar en el cielo:

“Y cuando en el cielo llegue la multitud de los santos, oh Señor,
cómo quisiera un lugarcito también para mí.”

Con voz serena, el Arzobispo Emérito recordó que esa súplica sencilla resume el anhelo más profundo del corazón humano: ser parte de la comunión eterna con Dios, junto a los santos y nuestros seres queridos.

Amén.

Fuente: Arquidiócesis de Santa Cruz

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