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Mons. Robert Flock: “Dios nos llama a la conversión y a un cambio de mentalidad”

Prensa CEB 07.03.2023.- Este segundo domingo de Cuaresma, 5 de marzo, el Obispo del Vicariato Apostólico de San Ignacio de Velasco, Mons. Robert Flock, manifestó que al sistema de Justicia en Bolivia, no le interesa la justicia, sino “las oportunidades para venganzas y coimas”, desde esta realidad exhortó a la conversión y cambio de mentalidad.

“Muchos participan de la vida de la Iglesia de manera superficial o escasa, se mantiene sumidos en vicios, peleas de poder y búsquedas de seguridad, se pervierte la sexualidad que Dios hizo para amor y vida. Se abusa del poder que Dios comparte con nosotros para servir al otro. Se corrompe la justicia y cualquier otra institución humana. Se comete guerras y genocidios. Entonces, hoy, a través de la Iglesia, Jesucristo, el Justo Juez que aceptó la condenación para ofrecer el perdón, nos llama a la conversión, a cambiar nuestra mentalidad, a renunciar a la violencia, a abandonar la corrupción, a purificar la sexualidad, a buscar el Reino de Dios y su Justicia, para que gocemos de las bendiciones divinas en esta tierra y por toda la eternidad”, expresó.

Homilía de Mons. Robert Flock

Obispo de la Diócesis de San Ignacio de Velasco

Segundo domingo de Cuaresma – 5 de marzo de 2023

«Éste es mi Hijo amado; escúchenlo»

Queridos hermanos,

Los Evangelios nos cuentan que Dios habló desde la nube en dos  ocasiones. La primera fue en su bautismo en el Río Jordán a manera de presentación: “Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».” (Mt 3,16-17). La segunda vez, en su transfiguración, nuestro Evangelio hoy, fue a manera de insistencia: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo toda mi predilección: escúchenlo».

Normalmente sus discípulos le escuchaban muy bien mientras decía lo que les gustaba escuchar. Pero cuando Jesús les llamaba la atención por algunas actitudes equivocadas, y cuando anunciaba su propia pasión, no eran tan receptivos. Por otro lado, había gente que nunca aceptaron a Jesús, especialmente los escribas, fariseos, saduceos y otras autoridades, porque Jesús cuestionaba sus enseñanzas, llamándoles hipócritas. Al leer los evangelios vemos que Jesús fue capaz de grandes muestras de compasión frente a enfermos, endemoniados y pecadores, pero no era nada diplomático con quienes consideraba falsos.

Quizás se podría decir que sus parábolas eran un intento diplomático de cambiar la perspectiva de sus oyentes. Por ejemplo, cuando un doctor de la ley quiso ponerlo a prueba con su pregunta sobre “¿Y quién es mi prójimo?”, Jesús le contó la parábola del bueno samaritano, donde al final, le pregunta al tipo: “¿Cuál de los tres, en tu opinión, fue prójimo al hombre asaltado por los ladrones?” Y no le quedó otro que decir: “supongo él que lo trató con compasión”. “Haz lo mismo y vivirás”, dice Jesús. No sabemos si después le hizo caso o no.

En otra ocasión, le trajeron a la mujer que habían atrapado en el adulterio, diciendo que la Ley de Moisés manda apedrearla. No trajeron al varón porque su intención no era cumplir la ley, sino nuevamente poner a Jesús en una situación complicada. Según el libro de Levítico, la misma pena de muerte deberían recibir los dos. Como todos sabemos, Jesús respondió: “Quien no tenga pecado, que le tire la primera piedra”, y se fueron uno por uno comenzando con los más viejos. A la mujer al final Jesús le dijo, “no vuelvas a pecar”. No sabemos si le hizo caso a Jesús, tampoco si Él logró una verdadera conversión en quienes la habían utilizado.

Pero la pregunta más importante es: ¿Nosotros hacemos caso a Jesús? En Bolivia no faltan quienes tiran piedras, especialmente en los bloqueos de camino en el interior, no porque sean más violentos, sino porque allí hay más piedras. Aquí en las Petas quemaron vivo a un joven hace un par de años, y si miramos nuestro sistema de Justicia de Bolivia, lo que interesa no es: “no vuelves a pecar”, mucho menos la justicia, sino las oportunidades para venganzas y coimas. Jesús dijo: “traten de llegar a un arreglo con tu adversario cuando estés en el camino”. Y también: “ama a tus enemigos”. ¿Alguien le hace caso?

Hasta a sus discípulos más cercanos les costaban comprender a Jesús, por su punto de vista siempre celestial, por lo que Jesús los llevó a Pedro, Santiago y Juan a la montaña; les hizo ver su gloria, les permitió verlo conversando con Moisés y Elías, y si esto no fuese suficiente, interviene Dios Padre para decir: “Este es mi hijo, el amado, escúchenlo.” Pues cuando Jesús quiso explicar que iban a Jerusalén donde sería arrestado y crucificado, Pedro lo reprendió. Jesús se enojó tanto que le llamó a Pedro: “Satanás”, por pensar como los hombres y no como Dios. Si le habla así a Pedro, ¿Qué nos dirá a nosotros? ¿Hay cosas que Jesús quiere decir a nosotros que quizás no queremos escuchar? ¿Sobre cuáles cosas pensamos como hombres y no como Dios?

Según nuestra primera lectura, Dios le dijo a Abram: «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que Yo te mostraré». ¿Para qué salir de su tierra para ir a otra? Es el inicio de la formación del pueblo de Dios, el pueblo elegido. Abraham vivía en Ur de los Caldeos. Hoy son ruinas en Iraq; en aquel entonces, unos 1800 años antes de Cristo, fue parte de Babilonia con todo lo que era su cultura, su religión y su imperio. Resulta que Dios quiso que el patriarca se mudara a otra tierra precisamente para cambiar su mentalidad, su cultura y su religión. Dios le ofreció una tierra nueva, le prometió llegar a ser una gran nación, le dio su bendición para que pudiera prosperar. Pero a cambio, lo que Dios quiso, era que esta gran nación fuese realmente pueblo suyo, que le conociera, y que viviera de otra manera. Para esto tenía que romper con lo anterior, porque la religión, la cultura, la mentalidad y el imperio de Babilonia, como de las demás culturas de entonces, no favorecía que el pueblo pensara cómo Dios, y ni siquiera llegaban a conocer a Dios. Algunos hoy llaman a esto colonización; en realidad, era liberación.

Aquellas culturas, basadas en la fertilidad de la tierra, dominaban y esclavizaban a los pueblos de su alrededor; consideraban a sus reyes como dioses. Y sus dioses tenían todos los caprichos y vicios de los hombres. Saliendo de allí, Abraham y sus descendientes, como pueblo de pastores tiene una experiencia inédita, llegando a conocer a Dios como único, todopoderoso, benévolo, creador del mundo y celosamente leal a su pueblo elegido, cuidándolo como un pastor a su rebaño. Si en otros pueblos ofrecían sacrificios humanos a los dioses para pedir su favor; el Dios verdadero le hace entender que esto es una abominación. Si luego fueron esclavizados en Egipto, cuyo poder, cultura y dioses parecían insuperable, Dios se les revela como liberador, aún más poderoso, opuesto a toda forma de esclavitud y discriminación. Por eso su Ley decretaba el mismo castigo al varón que a la mujer por el adulterio; idea muy avanzada en tiempos de Moisés.

De esta manera, Dios va transformando a su pueblo para que fuese Santo como Él. Y cuando ellos cayeran en las prácticas de aquellos pueblos paganos, Dios enviaba a los profetas para denunciar a sus falsos dioses y a las injusticias que se hacían en sus nombres. Todo el Antiguo Testamento, con Abraham, la Alianza del Sinaí, la Ley de Moisés, la guía de los profetas y la sabiduría bíblica, todo fue un esfuerzo divino durante 18 siglos para formar un pueblo que piense como Dios y no como los hombres, o, mejor dicho, como Dios y no como Satanás.

El proceso se culmina con la venida de Jesús, Dios con nosotros, quien puede decir: “Cuando me ves a mí, ves al Padre”. Revela quien realmente es Dios, no solo con su enseñanza, sino sobre todo con su Cruz y Resurrección, Y sabiendo que esto no es suficiente para quienes ya han saboreado el pecado, nos envía también su propio Espíritu Santo, nos incorpora a su nuevo pueblo la Iglesia, y nos hace partícipes del misterio pascual a través de los sacramentos.

Aun así, hay resistencias. Muchos participan de la vida de la Iglesia de manera superficial o escasa. Se mantiene sumidos en vicios, peleas de poder y búsquedas de seguridad. Se pervierte la sexualidad que Dios hizo para amor y vida. Se abusa del poder que Dios comparte con nosotros para servir al otro. Se corrompe la justicia y cualquier otra institución humana. Se comete guerras y genocidios. Entonces, hoy, a través de la Iglesia, Jesucristo, el Justo Juez que aceptó la condenación para ofrecer el perdón, nos llama a la conversión, a cambiar nuestra mentalidad, a renunciar a la violencia, a abandonar la corrupción, a purificar la sexualidad, a buscar el Reino de Dios y su Justicia, para que gocemos de las bendiciones divinas en esta tierra y por toda la eternidad. Y si no escuchan, si persigan de la Iglesia y a sus pastores, Jesús nos pide pensar como Dios y no como los hombres y abrazar el martirio, para que el mundo crea.

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