29
Sep

Mons. Stanislaw Dowlaszewicz “Jesús no nos llama a autolesionarnos para asegurar nuestra salvación”

Prensa CEB 29.9.2024.-Homilía de Mons. Stanislaw Dowlaszewicz, obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Santa Cruz, eucaristía llevada a cabo en al Basílica Menor de San Lorenzo Mártir (Catedral de Santa Cruz de la Sierra)

Septiembre 29 de 2024

Bienvenidos, queridos hermanos y hermanas, aquí en nuestra catedral. Desde este lugar, saludamos con mucho cariño a todos nuestros hermanos que siguen nuestra celebración a través de los medios de comunicación y las plataformas digitales. Un saludo, como siempre, especial a nuestro arzobispo, Monseñor René, que ya está muy bien recuperándose. Ojalá que pronto.

También saludamos a nuestros enfermos y a todos los que trabajan en el campo. Desde aquí, enviamos un saludo muy cariñoso y palabras de agradecimiento a nuestros bomberos, quienes están luchando contra el fuego. Nos llega la noticia de los valles, donde el fuego se descontrola. Ellos piden y suplican el apoyo aéreo del gobierno, porque el fuego no se aplaca.

Desde este lugar, pedimos que dejen de pelear por los primeros puestos y empiecen a salvar nuestra patria, Bolivia, que se encuentra en cenizas. Porque será tarde para resurgir de estas cenizas como el mítico ave Fénix. Los bomberos salvan Bolivia, pero reciben poca ayuda y colaboración de aquellos que, por derecho, son responsables de defender nuestra patria.

Queridos hermanos, hemos escuchado acerca de lo que significa ser el más grande en el Evangelio del domingo pasado. “Que sea un servidor”, dijo Jesús, porque los discípulos discutían sobre quién de ellos era el más importante. Todos estaban muy cerca de Jesús, pero para ellos no era suficiente. No bastaba con ser igual a los demás, querían ser mejores. Debemos admitir que este deseo está en nosotros con bastante frecuencia. Aunque sea posible o imposible cumplirlo, ese deseo persiste en alguna parte de nuestro ser. Todo se reduce a una cosa: “soy el mejor, quiero ser el mejor”. Jesús, sin embargo, puso a un niño en medio de ellos, recordándonos que el valor para Jesús no está en ser más que otros. Para Él, lo que importa es el amor y el servicio.

En el Evangelio de este domingo, vigésimo sexto, Jesús nos pide que no escandalicemos a ninguno de los pequeños que creen en Él. ¿Qué es el escándalo? Nos preguntamos. Es un lazo, una trampa, una envidia, un obstáculo que impide avanzar, o quizás una ocasión de pecado. No debemos escandalizar a los creyentes más débiles, desviándolos de la fe y conduciéndolos a una desorientación espiritual. Es cristiano aquel que quita los obstáculos para caminar hacia Dios. El gran escándalo de los cristianos debe ser creer cuando el mundo ironiza sobre la fe, esperar cuando muchos se refugian en el absurdo, amar y perdonar cuando se predica la venganza. Cristo es el gran escándalo de ternura infinita que se nos ofrece en el camino de la vida, y Él, con su cruz, salva al mundo de sus escándalos.

Estos son dos mensajes del Evangelio de hoy. Jesús quiere que entremos en el Reino de Dios, y por eso nos llama a la conversión. Nos advierte contra juzgar a los demás y nos anima a ver el bien incluso en aquellos que no caminan con nosotros y no reconocen a Jesús. “Quien no está contra nosotros, está con nosotros”, dice Jesús. La cuestión es no sospechar inmediatamente que los demás son malos, ni atribuirles fácilmente malas intenciones. Puede resultar que estamos equivocados. Por lo tanto, nunca actuemos con seguridad en nosotros mismos, sino más bien pidamos, como el salmista: “límpiame, Señor, de los errores que me son ocultos”, porque no siempre vemos las cosas tal como son.

Lo más importante en la fe es conocer a Jesús, para que Él pueda purificarnos y hacernos ver a los demás como seres humanos, como iguales a nosotros. No podemos considerarnos mejores que los demás, ni creer solo para lucirnos y contar con una recompensa segura en el cielo. También tenemos que aprender de los demás. Debemos ver la obra de Dios en ellos. Dios puede hacer mucho bien a través de todos, y es una bendición que notemos esto. Los discípulos de Jesús no vieron esto, por eso sintieron celos. “Vimos a uno que no nos seguía expulsando demonios en tu nombre, y se lo prohibimos”. Dejemos que tales actitudes inapropiadas desaparezcan de nosotros; que las sospechas y los celos sean reemplazados por el deseo de encontrarse y tener una agradable conversión. “Quien no está contra nosotros, está con nosotros”. Dejemos que la gracia de Dios actúe en todas partes, incluso donde pensamos que no existe.

Los discípulos de Jesús también pensaron lo mismo y, al final, hicieron lo incorrecto, por lo que tuvieron que escuchar a Jesús decir: “No se lo prohíban”. Queridos hermanos, si le preguntáramos a un creyente, ya sea aquí presente en la catedral, o a la persona que participa en esta misa por televisión o internet, qué recuerda del Evangelio que acabamos de leer hace unos minutos, ¿qué sería lo más memorable para ti? ¿Qué te motivó por dentro? ¿Recuerdas alguna palabra, alguna frase? Probablemente, la mayoría respondería que son las palabras de Jesús acerca del brazo y la pierna que deben ser cortados, o el ojo que debe ser arrancado.

La mano, el pie y el ojo de los que habla Cristo son expresiones concretas que manifiestan el talante interior y la moral del hombre. Con un lenguaje plástico y radical, Jesús manda cortar y sacar, sin pretender la amputación física del cuerpo, sino invitando al recto obrar moral y a situarse con decisión en el camino del bien. Pero, ¿nos desafía Jesús a formas tan radicales de luchar contra el mal, contra el pecado? ¿Alienta Jesús la autolesión para distanciarnos del peligro? Jesús no nos llama a autolesionarnos para asegurar nuestra salvación. Dios quiere el bien para cada persona. Él cuida del hombre y protege su felicidad en todas las dimensiones, incluyendo la física y terrenal.

Entonces, ¿qué quiere comunicar Jesús hoy a nosotros, que escuchamos su palabra, que hemos escuchado su evangelio? Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy son un estímulo para dar un testimonio creíble, para que seamos católicos de vida y de testimonio. En primer lugar, un testimonio creíble tiene su fundamento en vivir de acuerdo con las enseñanzas de Jesús y dar testimonio de Él dentro de la comunidad de creyentes. Es servir a los demás por amor a Jesús, y muchas veces esos “otros” son los más cercanos, aquellos que viven a nuestro lado, a quienes encontramos cada día. “Cualquiera que les dé de beber un vaso de agua porque son de Cristo, les digo que no perderá su recompensa”. Este vaso de agua simbólico es el amor al que estamos invitados a dar, en primer lugar, dentro de la comunidad de creyentes, en esta comunidad en la que vivimos. Un ejemplo de ello lo tenemos en las primeras comunidades cristianas: los paganos miraban a los creyentes con sorpresa y decían: “Miren cómo se aman, cómo se ayudan unos a otros, cómo pueden realmente regocijarse por la felicidad y el éxito de los demás”.

Queridos hermanos, nuestra actitud ante la vida, nuestra implicación en la vida de la comunidad, es un buen ejemplo para los seres queridos entre los que vivimos. Poder dar testimonio, especialmente a las personas más cercanas a ti, es un gran arte. Quien no domina este arte puede convertirse en motivo de escándalo, incluso para sus seres queridos. Y no se trata solo de dar un mal ejemplo, sino de no hacer nada. Quizás guardamos silencio cuando es necesario hablar, o solo hablamos cuando es necesario actuar. Esa actitud no tiene nada que ver con el cristianismo y, a menudo, es causa de muchos escándalos. Jesús dice claramente: “Cualquiera que haga pecar a uno de estos pequeños creyentes, más le valdría que le ataran una piedra de molino al cuello y lo arrojaran al mar”. Son palabras duras y contundentes de Jesús, pero no deben ser una advertencia o una acusación dirigida a nosotros, sino más bien un estímulo para dar testimonio de una vida buena, correcta, digna de fe.

Otro aspecto importante del evangelio de hoy es cuidar nuestra propia salvación. Pero Jesús no puede salvarnos por la fuerza, sin nuestra cooperación y compromiso. En el evangelio de hoy, Jesús habla de los obstáculos que pueden oscurecer la luz de su salvación en nosotros. Jesús te invita, querido hermano, a dejar que su gracia toque tu corazón dolido y atribulado. Para que esto suceda, debemos eliminar de nuestra vida esos obstáculos que no nos permiten vivir plenamente con Jesús y al estilo de Jesús. A sus discípulos, Jesús propone una “revisión técnica” similar a la que se realiza con los vehículos que necesitan una revisión periódica. También nosotros, como creyentes, necesitamos revisar nuestra propia vida. Si tu mano es un obstáculo en el camino hacia el encuentro con Jesús, haz todo lo posible para que tus manos no causen pecado, sino que siempre hagan el bien. Porque, como ser humano creado por Dios, por amor y para el bien, estás invitado a multiplicar el bien y difundirlo. Necesitamos un “examen de mano”, es decir, de nuestras acciones, de lo que se ve y se hace.

Para andar con Jesús, hay que saber decir sí o no: ¿Rezo o no rezo? ¿Trabajo o no trabajo? ¿Pongo o no la mano al arado? Las medias tintas no sirven. Si tu pie te lleva a la muerte, arrepiéntete. Jesús te invita a la plenitud de la vida, porque como hombre que vino de Dios, estás invitado a regresar a Él. Así que deja que tus pasos diarios te lleven a Él, a Jesús. Con cada paso, acércate más a Él, conócelo mejor. Y aunque te extravíes, Él espera tu regreso, porque es un padre misericordioso. También hay que revisar nuestro camino: ¿sigo las huellas de Jesús? ¿Mis proyectos son como los de Jesús? ¿Mi camino de creyente me lleva a Jerusalén, al lugar donde Jesús terminó su misión en la cruz, o mis pies me llevan a una vida cómoda y libre de preocupaciones?

Si tu ojo es causa de pecado, ten el valor de cambiar la realidad en la que vives. No seas ciego cuando alguien a tu lado sufre. Ayuda a quien lo necesite. Pide a Dios la fuerza para apartar no solo tus ojos, sino también tu corazón del mal. Es imprescindible un “examen de ojo”, es decir, de nuestros valores y criterios. Debemos comprobar si hemos adquirido la misma sensibilidad de Jesús, si tenemos su debilidad hacia los pequeños, los pobres y los abandonados. ¿Vemos a todos como hermanos nuestros y podemos decir “somos iguales”? ¿O no los vemos en absoluto? Hay que verlos, porque así los veía Jesús.

Queridos hermanos, este domingo no envidiemos, no seamos orgullosos, no guardemos rencor. Que prevalezcan la bondad y la misericordia. Recordemos que Jesús y su amor se revelan en las pequeñas cosas, en ese vaso de agua que nos invita a dar. Seamos capaces de permitirnos los gestos más simples de bondad, de no acusar a nadie de mala voluntad, y de pedir disculpas a aquellos para quienes no fuimos un buen ejemplo de cristiano, de buen católico, o a quienes nunca les dimos de beber un vaso de agua fresca.

Queridos hermanos, hoy la Iglesia celebra la Jornada Nacional de la Biblia. Terminamos el mes de septiembre, dedicado a la palabra de Dios. Durante todo el mes, se ha celebrado el gran misterio de la Biblia, y muchos de nuestros fieles han participado activamente en este período, que ha sido una ocasión para estudiar, reflexionar y vivir la palabra de Dios en nuestras comunidades, parroquias y hogares. El propósito central de este mes fue dedicar un tiempo significativo a estudiar y celebrar las Sagradas Escrituras. Este domingo, 29 de septiembre, celebramos la Jornada Nacional de la Biblia. Nuestra Comisión Arquidiocesana de la Biblia, que aquí está presente con su asesor, realizará en la Manzana 1 la “Expo Biblia”, un encuentro con diversas actividades. Esta jornada es el punto culminante del mes, en el que reafirmamos los compromisos adquiridos durante los encuentros y celebramos la riqueza de la palabra de Dios. Por eso, en este momento, invito a todos a que, después de la misa, pasen por la Manzana 1.

Así sea.

Texto y foto: Pagina Web: campanas.iglesiasantacruz.org

Author