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Mons. Robert Flock: “A los 198 años de independencia de Bolivia, tomamos conciencia de nuestra historia con sus luces y sombras”

Prensa CEB 08.08.2023.- El obispo de la Diócesis de San Ignacio de Velasco, Mons. Robert Flock, reflexiona sobre la Transfiguración del Señor y la fiesta Patria este 6 de agosto.

Homilía de Mons. Robert Flock

Obispo de la Diócesis de San Ignacio de Velasco Transfiguración y Fiesta Patria — 6 de agosto de 2023

«Este es mi Hijo, el amado: escúchenlo»

“Parte de nuestra realidad es un país con graves divisiones, resentimientos y frustraciones”.

Queridos hermanos

Nuestra fiesta patria coincide siempre con la Transfiguración de Jesús. Este año cae en el Día del Señor, el Domingo “día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal” (Plegaria Eucarística).

“A los 198 años de independencia de Bolivia tomamos conciencia de nuestra historia con sus luces y sombras”.

Al celebrar estos 198 años, cercanos al bicentenario de la independencia de Bolivia, tomamos conciencia de nuestra historia con sus luces y sombras, de las realidades que vivimos actualmente, y de nuestros sueños para el futuro. Estamos conscientes de que no todos leen la historia y la realidad de la misma manera, tampoco tienen todos, el mismo sueño. De hecho, parte de nuestra realidad es un país con graves divisiones, resentimientos y frustraciones.

“En los tiempos de Jesús se sostenían diversas lecturas teológicas y posturas políticas frente al imperio romano y su dominación de Israel”

En los tiempos de Jesús se vivía algo similar. Los grandes grupos religiosos, además de sostener diversas lecturas teológicas, se definían por su postura política frente al imperio romano y su dominación de Israel. Los saduceos, por ejemplo, con la clase sacerdotal, colaboraban a la autoridad romana para mantener su propia autoridad para el culto en el templo, construido por Herodes el Grande, cuyo poder dependía del César. Los fariseos, en cambio, toleraba la ocupación romana abogando por el cumplimiento de la ley mosaica en el comportamiento personal e ignorando la cuestión política. Los esenios, grupo no mencionado en los evangelios, pero que conocemos por los rollos del mar muerto, se retiraron a vivir en el desierto, buscando una purificación ritual y esperando el castigo divino para los romanos. Hay motivos para creer que Juan el Bautista había vivido con los esenios. Finamente los celotes, recordando a su héroe revolucionario, Judas Macabeo, el “martillo” que cien años antes había liberado a Israel del dominio griego, andaban armados y querían promover la guerra para liberarse de Roma.

“Mientras Juan el Bautista prometía castigos para los impíos, Jesús decía que el Reino de Dios está cerca

conviértanse y crean en la Buena Noticia”.

Entre el grupo de los doce, Jesús tenía a Leví, el cobrador de impuestos romanos y a Simón el Celote; se puede imaginar que estos sostenían algunas discusiones muy acaloradas. Aunque la mayoría eran tipos rudos y sencillos, siendo campesinos y pescadores, sabemos que varios de ellos fueron a escuchar a Juan en el desierto y hacerse bautizar por él, al igual que Jesús, que después los buscó. Jesús salió como predicador, inicialmente en las sinagogas, y luego en la montaña y la planicie, con un mensaje que tenía elementos en común con Juan el Bautista, pero a la vez diferente. Mientras Juan el Bautista prometía grandes castigos para los impíos y maleantes, es decir, anunciaba la mala noticia apocalíptica, Jesús decía: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia». Jesús también predica el juicio final, pero enfatiza que Dios es Padre.

“Jesús subió a la montaña con Pedro, Santiago y Juan y llevaron sus esperanzas y temores para el futuro del pueblo de Israel”.

Aquel día que Jesús subió a la montaña con Pedro, Santiago y Juan, llevaron allí sus esperanzas y temores para el futuro del pueblo de Israel. Pedro ya había declarado lo que todos los discípulos esperaban; que Jesús era el Mesías prometido que iba a poner fin a las opresiones y humillaciones de su pueblo, e inaugurar el Reino de Dios, una nueva época de paz, justicia y dignidad para ellos. Como muchos, veían en Jesús al Hijo de David. Tenía nostalgia por aquella época de oro cuando David reinaba por 40 años y luego su hijo Salomón, famoso por su sabiduría, reinaba otros 40 años. Jesús tenía que restaurar el reino de Israel.

“Cuando Jesús anunció a sus discípulos que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día, les parecía una locura total”.

Así cuando “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”, les parecía una locura total que de ninguna manera cuajaba con sus aspiraciones. Cuando Pedro cuestionó a Jesús, Este se enojó, llamándole Satanás, por oponerse al plan de Dios. Entonces, Jesús los llevó a la montaña, se transfiguró delante de ellos en presencia de Moisés y Elías, y les hizo escuchar la voz de Dios Padre en vivo y directo: «Este es mi Hijo, el amado, en quien tengo toda mi confianza: escúchenlo».

“El antiguo virus del pecado, siempre convierte a los sedientos de poder, por buenas que sean sus intenciones e ideales, en nuevos opresores”.

Ellos no podían entender todavía a un Mesías crucificado y resucitado. Jesús una vez dijo que no se arregla ropa vieja con tela nueva, ni se pone vino nuevo en pellejos viejos. Hay que revestirse con ropa nueva, hay que llenar odres nuevos. De nada sirve, como ha sucedido interminables veces en la historia, destruir a una tiranía, solo para con el tiempo instalar a otra, lo que siempre sucede, si no se transforma a las personas mismas, porque, al fin de cuentas, el antiguo virus del pecado, siempre convierte a los sedientos de poder, por buenas que sean sus intenciones e ideales, en nuevos opresores que mantienen su control con las mismas barbaridades que antes condenaban.

La clave para todas las esperanzas de Bolivia y el mundo entero no está en resentimientos, bloqueos, violencia, revoluciones sino en: «Este es mi Hijo, el amado, en quien tengo toda mi confianza: escúchenlo».

Hay que preguntarse: ¿Acaso no hay una divina providencia en el hecho de que nuestra fiesta patria coincide con la fiesta de la Transfiguración? Yo creo que SÍ. Que de manera muy particular, tan cariñoso y tan insistente, como para los favoritos Pedro, Santiago y Juan, Dios nos quiere insistir, año tras año, que la clave para todas las esperanzas de Bolivia y del mundo entero, no está en resentimientos, mucho menos en bloqueos, violencia, revoluciones, ni en el dominio de un grupo sobre otro, sino en aquellas palabras solemnes del Monte Tabor: «Este es mi Hijo, el amado, en quien tengo toda mi confianza: escúchenlo».

San Pedro que, en otro tiempo, pensaba corregir a Jesús, ahora nos dice lo mismo: “Nosotros oímos esta voz que venía del cielo, mientras estábamos con Él en la montaña santa. Así hemos visto confirmada la palabra de los profetas, y ustedes hacen bien en prestar atención a ella, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y aparezca el lucero de la mañana en sus corazones” (2ª Lectura).

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