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«Tenemos una gran misión», manifiesta Mons. René Leigue Cesarí

Prensa CEB 27.04.2025. En este segundo domingo del tiempo pascual, Mons. Leigue nos invita a renovar nuestra fe en el Señor Resucitado, quien camina en medio de nosotros, fortalece nuestros corazones temerosos y nos envía a ser testigos de su amor. Asimismo nos recuerda que la alegría de la Pascua ilumina nuestras vidas, aun en medio de las pruebas y de las despedidas dolorosas, recordándonos que la vida verdadera es la que nace de la fe en Cristo. Finalmente narra cómo la comunidad cristiana primera experimentó la sanación y la paz de Dios, cómo los discípulos vencieron el miedo al recibir al Resucitado, y cómo nosotros, hoy, somos enviados a continuar anunciando con esperanza la Buena Nueva que transforma al mundo.

HOMILIA DE MONS. RENE LEIGUE CESARI

ARZOBISPO DE SANTA CRUZ DE LA SIERRA

DOMINGO 27 DE ABRIL DE 2025

EL GOZO Y EL DOLOR EN EL CAMINO DE LA PASCUA

Bendición para quienes creen sin ver

Feliz el que crea sin haber visto. Cordial saludo a todos ustedes los presentes, a los que nos siguen por los medios de comunicación, las redes sociales. En el campo anterior domingo también estuve en la cárcel como privado de libertad, tenido la misa también con ellos, y algunos por ahí también ven la misa. Estado de saludos también a ellos.

La Pascua, un tiempo de luz en medio de sentimientos encontrados

Hoy estamos en el segundo domingo de este tiempo pascual. En este segundo domingo de tiempo pascual, nos encontramos con sentimientos encontrados: una parte alegres por vivir la Pascua y por otra tristeza y dolor por la partida del Papa Francisco al Padre. Pero bueno, esos son momentos para reflexionar.

La Pascua verdadera: paso a la Vida Eterna

Pascua hemos dicho que es el paso de la muerte a la vida, y creo que el Papa Francisco está viviendo su Pascua: ha pasado a la vida, esa vida que todos queremos tener algún día, la vida eterna. Esa es la fe que tenemos. Y el Papa se nos adelantó.

Nuestra esperanza permanece firme en Cristo Resucitado

Estamos sin la cabeza visible que es el Papa, en este caso cabeza visible aquí en la tierra, pero sí con esa firme esperanza de ese Dios, cabeza invisible en el cual creemos y celebramos y tenemos alegría y esperanza en Él. Por eso, en este domingo segundo de este tiempo de Pascua, hemos escuchado en la lectura de la primera y el evangelio donde se siente la alegría de la gente. Se siente aquello que Jesús quería tener con nosotros: alegría por la vida.

 EL ENVÍO DE LOS DISCÍPULOS Y NUESTRA MISIÓN

La alegría de la fe que sana y transforma vidas

La primera lectura hemos escuchado: toda la gente con esa alegría que sentía en Dios, y esa confianza también que tenían los apóstoles era que sacaban a todos los enfermos y todos los que estaban lisiados de alguna manera, para que por donde pasaran los apóstoles, en este caso Pedro, quedaran sanados de sus enfermedades. Qué alegría, ¿no? Para los apóstoles y también una gran responsabilidad.

Cristo resucitado trae paz en medio del miedo

Pero también en el evangelio hemos escuchado que Jesús, cuando se le aparece a los discípulos, se aparece en medio de ellos y les dice: “La paz esté con ustedes”.

Mírenme, les dice Jesús, soy yo, no tengan miedo. Porque los discípulos de alguna manera hacían lo que tenían que hacer como enviados del Señor, pero sí había temor todavía por lo que había sucedido con Jesús. Entonces, imagínese un momento: estar con el Maestro, con Jesús, los discípulos, todos confiados con Él y que de un rato a otro pase lo que pasó con Jesús.

Entonces, si ellos eran sus seguidores, si ellos eran del grupo, entonces tenían miedo, ¿no? Cualquier rato también iba a hacer lo mismo con ellos. Y entonces ese temor estaba con los discípulos. Por eso estaban con la puerta cerrada en este momento, cuando Jesús se presenta en medio de ellos.

Pero ahí, cuando Jesús está en medio de ellos, les da esa tranquilidad, les da esa certeza, les da esa paz que necesitaban. Porque imaginemos ese grupo de discípulos con miedo, que a lo mejor se escuchaba la puerta que golpeaba, ya era: están viniendo por nosotros. Y que Jesús se aparezca en ese momento y les dé esa tranquilidad, esa paz y esa certeza de lo que Jesús les decía antes y de lo que en ese momento se estaba cumpliendo en ellos: que Jesús no quedaba en la tumba sino que resucitaba al tercer día.

El Espíritu del Resucitado nos impulsa a la misión

Por una parte sorpresa, por otra parte, la tranquilidad que necesitaban. Y Jesús era eso que Él quería con sus discípulos: estar con ellos. Y al presentarse en medio de ellos, no se presentó solamente para decirles: “Aquí estoy, mírenme, soy yo”, sino que ahí les da una misión: sopla sobre ellos el Espíritu y los envía.

El envío que le hace a los discípulos no es solamente a ellos, sino que mediante ellos también el Señor hoy nos envía a nosotros y nos dice: “Vayan y anuncien esta buena noticia”. Esa gran responsabilidad nos deja el Resucitado.

 LA PAZ Y LA MISERICORDIA COMO FRUTOS DE LA RESURRECCIÓN

Tenemos una gran misión

Alegría porque estaba en medio de ellos, alegría por la resurrección, pero al mismo tiempo compromiso. Y ese compromiso que tenemos nosotros, representados por los discípulos, que dice: “Vayan ahora y anuncien esta buena noticia”.

Eso es lo que nos toca a nosotros hoy en día. No nos quedemos solamente con eso que Jesús resucitó, sino también que tenemos una gran misión. Y no solamente la misión de los obispos, misión de los sacerdotes o el envío de ellos, sino de todos los bautizados. En este caso ustedes. En este caso ustedes también: el Señor les dice ahora: compartan, vayan y anuncien esa buena noticia. Y la buena noticia es que Jesús está vivo.¿Qué más noticia queremos? Jesús resucitó y Él resucitó para darnos vida. Y eso es lo que le dice a los discípulos, nos dice a nosotros: “Vayan ahora y compartan esto”. Entonces esa es la alegría que tenemos, pero al mismo tiempo también el gran compromiso que tenemos. Entonces no nos quedemos solamente con que la misión es del obispo o de los sacerdotes, sino también de ustedes. Porque ustedes están en lugares a lo mejor donde no siempre llegamos nosotros. Ustedes están en su familia, por ejemplo, conocen a cada uno de ellos. Entonces esta buena noticia tiene que resonar ahí. Ustedes tienen su grupo, que no siempre llegamos ahí. Pero si ustedes están en medio de ese grupo, también ahí anuncien esta buena noticia. Ustedes tienen su trabajo, la empresa, la oficina donde están, y ustedes tienen contacto con las personas que tienen ahí: como persona de fe anuncien esta buena noticia. Por eso dice el Señor: “Vayan ahora y proclamen, anuncien, grítenlo con esa confianza que tienen, con esa fe que tienen, anuncien esta buena noticia: que el Señor resucitó”.

Hay que dar la buena noticia en el lugar que uno está

Por eso le digo, el Señor los envía a todos ahora a ustedes, empezando de la familia, el trabajo donde están, en el grupo donde se encuentran, en fin, en el lugar donde están, deberían dar esa buena noticia. Ese es el envío que el Señor le dice a su discípulo y por medio de ello nos dice hoy a nosotros.

Hoy también celebramos este día de la misericordia, muy animado también por el Papa Juan Pablo II y que nos dejó también esta gran misión. El Papa Francisco también la animó, y hoy es el día de la misericordia. El Papa Francisco tanto habló de misericordia: “Sean misericordiosos como el Padre misericordioso”. El Padre siempre perdona. El Padre siempre ama. El Padre está ahí. Dios Padre siempre nos perdona a nosotros.

Entonces la misericordia va por ahí. Y pienso que cuando le dice a sus discípulos: “Ahora la paz esté con ustedes”, pues para que haya paz tenemos que estar en paz con nosotros mismos y en paz con los demás. Esa paz que el Señor nos ofrece implica tener en cuenta al otro, ver su virtud, y sobre todo perdonar. Ser misericordioso con los demás.

Exigimos misericordia para nosotros pero no somos capaces de dar misericordia

A veces exigimos misericordia, pero no somos capaces de tener misericordia con el otro. Queremos que hagan con nosotros cosas buenas, pero nosotros no siempre respondemos a esa generosidad de los demás. Exigimos para nosotros, pero ¿qué damos nosotros? Entonces la misericordia viene por ahí. Y cuando el Señor habla de la paz aquí, creo que va por ahí.

El Señor les dice: “Quiero que sean personas de paz”. Y ser persona de paz implica muchas cosas. Para que haya paz hay que perdonar y hay que recibir perdón. Si no hay perdón y si no sabemos perdonar, no hay paz en nosotros.

¿Cuántas veces queremos y pedimos la paz? Esa paz interior que tantas veces nos hace falta. No siempre tenemos que pedir paz cuando hay momentos tensos, sino también cuánto de nosotros necesitamos la paz interior. ¿Cuántos de ustedes aquí presentes necesitan esa paz interior? A veces se sienten agitados por tantas cosas, por tantas preocupaciones que hay, pero también a veces se sienten agitados porque no son capaces de perdonar.

Si hay perdón, hay paz

Y si hay perdón, hay paz. De lo contrario, podemos estar viviendo toda nuestra vida pidiendo perdón, pero si no somos capaces ni de perdonarnos nosotros mismos… Porque a veces sale eso, ¿no? Ni yo soy capaz de soportarme, ni yo soy capaz de perdonarme por las cosas que he hecho, porque yo solamente sé lo que he hecho, y ni yo me perdonaría. Dios siempre perdona, y eso nos repetía el Papa Francisco: “Dios siempre perdona. Lo que espera de ti es que tú seas capaz de pedir perdón”. Y si pides perdón y Dios te perdona, tú seas capaz también de perdonar.

Lindo uno si entendemos esto y de verdad lo vivimos. Vivamos esa paz que el Señor nos ofrece. Empecemos de nosotros mismos, mirémonos: ¿Cómo estoy viviendo? ¿Estoy viviendo con rabia, con rencor, con odio? Y eso no me deja vivir una verdadera paz. No me deja ni vivir este momento de alegría por la resurrección.

Siempre miramos al otro y no vemos que nosotros los que tenemos el mal

Porque no me siento bien. Seamos capaces de perdonar y seamos capaces de pedir perdón también. Porque a veces también nos cerramos, ¿no? “¿Yo de qué voy a pedir perdón? Yo estoy bien, yo hago las cosas bien, es el otro el que hace las cosas mal”. Y siempre estamos sacando al otro, cosa que a nosotros nos toca responder, y a nosotros nos toca arreglar en nuestra vida. Siempre estamos mirándole al otro, ¿no? Y no vemos que somos nosotros, a veces, los que tenemos el mal y eso pasa en la sociedad.

Acaso lo escuchamos a diario Hay personas que no asumen su responsabilidad y siempre están achacando al otro que por esto, por tal persona, por tal grupo es que las cosas están así, o la realidad está así. Pero nunca dicen por mi culpa, porque yo no he hecho bien las cosas. Por eso es que estamos así.

Entonces a veces nos puede pasar también a nosotros eso ¿No? Achacamos si el otro se convierte entonces yo lo hago pero si el otro sigue igual ¿Por qué tengo yo que hacer las cosas diferentes si la otra persona sigue igual? El Señor hoy nos habla de esto.

Si queremos vivir en paz seamos capaces de asumir esa responsabilidad de perdonar, de amar y respetar a los demás. Si no respetamos a las personas o no las valoramos por lo que son, no vamos a poder vivir esa paz que el señor nos ofrece.

Que este día sea un día puede día de alegría día de meditar un poco sobre esta palabra del Señor.

Que en este día de la misericordia seamos misericordiosos entre nosotros porque Dios es misericordioso con nosotros.

Que el señor nos acompañe con esa fuerza para poder vivir eso que él nos ofrece.

Que seamos personas de paz,

Que así sea.

Fuente: https://campanas.iglesiasantacruz.org/

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