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Madurez eclesial, sinodalidad y renovación, tres conceptos claves en la intervención de Rodrigo Guerra secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, ante los miembros de la Asamblea Extraordinaria del Celam reunidos en Bogotá del 11 al 14 de julio.

Partiendo de su propia historia con el Celam, como organismo determinante en su proceso formativo y de servicio constante a la Iglesia, el catedrático expresó su alegría al ver como el Consejo Episcopal madura y da nuevos pasos al servicio de la Iglesia continental, gozando de un gran horizonte de servicio en tiempos complejos para la historia regional y mundial.

Aclarando que la maduración del Celam, no se fundamenta en sus nuevas instalaciones, la presencia mediática o los apoyos económicos con los que cuenta indicó que se trata de la conversión personal y pastoral, las que definen este proceso en el organismo. Es esa docilidad a la gracia que irrumpe, en «la maduración de nuestra conciencia eclesial y la disponibilidad para vivir un camino de seguimiento radical a Jesucristo».

Así, este proceso de maduración se convierte en el fermento de algo que va más allá de la colegialidad episcopal, es decir, la sinodalidad, que entendemos como esa dimensión dinámica de la comunión que orienta al pueblo de Dios a la misión, a ser la Iglesia en salida de la que tanto se habla. Para Rodrigo Guerra la sinodalidad supone conversión y comunión advirtiendo que, si no hay un auténtico desprendimiento de los apegos y seguridades, los recelos y mezquindades es casi lógico que se pongan en peligro no solo el camino propio de conversión sino el proceso de reforma sinodal. Sin desconocer que la sinodalidad puede hallar obstáculos para su concreción, aclaró que las dificultades no están delimitadas por las estructuras que generalmente son imperfectas por ser humanas. Los problemas se producen cuando tenemos un corazón necesitado de conversión que solo desea situarse en el primer lugar.

Enemigos de la sinodalidad

Retomando el discurso del Papa Francisco a la Pontifica Comisión para América Latina del pasado 26 de mayo, Rodrigo Guerra recordó que la sinodalidad tiene sus principales enemigos en cada uno de nosotros. De manera particular, aseguró que no hay nada más peligroso para la sinodalidad que «cuando nos damos cuenta de que apenas estamos comenzando y que requerimos de aprender» porque como dice el Papa cuando uno cree saberlo todo, que ya lo comprende todo, que ya lo controla todo, empezamos a perder la verdadera intención de la sinodalidad.

Igualmente, recordó que la palabra sinodalidad en ningún momento pretende implementar un método más o menos democrático o populista dentro de la Iglesia. En realidad, estas percepciones son solo desviaciones y la sinodalidad no puede interpretarse como una tendencia momentánea propuesta por algún sector de la Iglesia. Es preciso entender que la comunión sin la sinodalidad puede prestarse a ser una especie de centralismo indeseable.

En este sentido estableció relación entre el acontecimiento guadalupano que ofrece a los creyentes la posibilidad de adelantar un camino de conversión personal y comunitaria. Para vivir la sinodalidad, debemos pensar en el encuentro de la Virgen y San Juan Diego una experiencia de una mariología Cristocéntrica que se halla fuertemente condensada en el magisterio papal porque presenta un camino de conversión personal y comunitaria que conduce a la experiencia de la sinodalidad. Gestos de amor preferencial por los últimos y más pequeños en la historia, reivindicando la dignidad de los pueblos indígenas y de la mujer.

Signos de cambio

Hablando de la sinodalidad como un misterio mariano y eclesial, Rodrigo Guerra no duda en afirmar que la renovación del Celam, la creación de la Ceama, el caminar de organizaciones como la CLAR y la redefinición de la CAL hacen parte de lo que define como un misterio de fidelidad y renovación una conversión sincera con apertura evangelizadora.

El Celam, -afirma- tendrá que asumir desafíos de servicio a las Conferencias Episcopales, sin dictarles lo que tienen que hacer más bien facilitando su protagonismo. «Es preciso que todos los obispos en América Latina, todos los agentes de pastoral, y todos los fieles en general, redescubramos la belleza y la especificidad del servicio que el CELAM ha prestado y presta al interior de la vida de la Iglesia y en la sociedad«.

Sinodalidad e inclusión

El CELAM es una parte importante de la renovación y reforma de la Iglesia universal. Desde su propia naturaleza, en fidelidad a su historia, y promoviendo con especial esmero auténticos procesos sinodales, particularmente inclusivos, este Consejo Episcopal con toda seguridad ayudará a que la Iglesia sea un signo cada vez más vivo y elocuente de la nueva fraternidad que es preciso construir en el continente.

«Sinodalidad eclesial y fraternidad en la vida social, son como un binomio que debemos aprender a mantener para que la buena noticia del evangelio nutra los procesos de sanación de las graves heridas que afligen a nuestros pueblos, y que hoy parecen ampliarse gracias a la excesiva polarización política, la inequidad en la distribución de la riqueza, el desprecio al medio ambiente, la migración forzada y la violencia,» afirmó.

Finalmente; reiteró el servicio de la Pontificia Comisión para América Latina en bien de las acciones del CELAM, púes tratan de definirla como una herramienta como diaconía eclesial y signo del afecto y de servicio pontificio por la región latinoamericana y caribeña, un llamado a ayudar a una más plena comunión y a una más intensa sinodalidad.

Fuente: ADN Celam

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